BUENOS AIRES, JUL 19 (Por Carlos Lamiral ANP) – El siempre gaseoso progresismo argentino acaba de reconocer que dejó de existir ese “amplio espacio de centroizquierda” que trató de poner una cuña política entre las corrientes de pensamiento nacionalistas y liberales, que han dominado la política Argentina desde la segunda mitad del siglo XX hasta ahora. La firma del acuerdo del GEN para pelear en la interna de Juntos, de la mano del radical Facundo Manes, es la señal.

Gaseoso, porque en rigor, lo que se denomina progresismo o centro izquierda en Argentina nunca estuvo muy claro ni para los dirigentes, ni para la propia militancia. Para algunos, la centroizquierda sería algo así como un peronismo, pero sin sus supuestos vicios, es decir, un peronismo sin populismo. Para otros, la centroizquierda forma parte de la “corriente nacional y popular”…es decir,,,ser de centro izquierda es como ser nacionalista, pero sin rasgos fascistoides. Algunos se pueden sentir herederos de la izquierda de los años 70 y para otros se corresponden con los postulados de la Internacional Socialista, en la que están anotados el Partido Socialista y la UCR. Sí se puede asegurar que la centroizquierda no tuvo un proyecto político y económico claro y propio, y por ello, su oferta ante los ciudadanos se fue diluyendo. Ahora, sus principales figuras exponentes terminan volviendo al redil antiperonista, que lidera el PRO. Anteriormente, otros se pasaron al peronismo al que criticaron toda su vida militante.

Se puede afirmar que la última vez que la centroizquierda pudo armar lo más parecido a un programa político y económico para impulsar el desarrollo del país fue hace mucho tiempo. Fue el 1ro de diciembre de 1985, cuando el entonces presidente Raúl Alfonsín pronunció el discurso de Parque Norte, dirigido al Comité Nacional de la UCR. En ese discurso planteó, la necesidad de la modernización de la estructura económica nacional. Se animó a abordar el problema central de la Argentina: La necesidad de desmontar el modelo de sustitución de importaciones y alta intervención del Estado a través de empresas públicas quebrado en 1976 y reemplazarlo por un esquema más moderno dentro de lo que era el desarrollo capitalista. 

Fue el intento de resolver por “izquierda” la quiebra del ordenamiento macroeconómico que estuvo vigente desde el gobierno de Arturo Frondizi hasta el tercer gobierno peronista, es decir, darle más oxígeno al Estado, privatizando las quebradas empresas estatales y ordenar el frente fiscal. Pero ya se sabe que Alfonsín “no supo, no pudo o no quiso” completar la tarea.

Desde ese momento, la centroizquierda quedó muy mal herida y con el rumbo totalmente perdido. Arrimó un acuerdo con los peronistas disidentes del menemismo en los 90’ para llevar a la presidencia a Fernando De la Rúa, quien llegó al cargo sin un programa sólido para encarar el problema de la convertibilidad y terminó en un verdadero desastre.
Frente a ello, los socialdemócratas se dispersaron. Algunos abandonaron el barco de la UCR y se armaron en el GEN, con Margarita Stolbizer, y en el ARI, en la etapa de izquierda de Elisa Carrió. Por otro lado, los socialistas de Santa Fe cobraron notoriedad al ganar la provincia. Durante años, todo parecía indicar que habría un “espacio progresista” que se enfrentaba al peronismo, pero sin caer en el pecado original del “gorilismo” que tanto avergüenza todavía a algunos progresistas.

La irrupción del kirchnerismo fue otro golpe. El espacio del “progresismo” dejó de estar  en ese conglomerado de partidos socialdemócratas,  y se trasladó hacia el campo del “nacionalismo popular” dentro del peronismo. Ser progresista pasó a ser casi sinónimo de peronista setentista.

Carrió fue la primera que captó el cambio y tempranamente. Traicionó a los dirigentes de diferentes espacios de izquierda que había convocado al ARI, para convertirse en una dirigente liberal en el Coalición Cívica (CC) . Dejó el poncho y la cruz que la caracterizaban en los años de la crisis de la Alianza, y volvió a tomar la apariencia de señora de Barrio Norte.  Otros radicales se fueron integrando al kirchnerismo. No eran figuras de primer nivel, la mayoría nucleados en el eterno sello de goma FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), que es reflotado periódicamente por militantes del centenario partido que se quieren pasar al PJ, teniendo algún sustento moral y doctrinario que los avale, y sin sentir por ello que traicionan los ideales de toda una vida.

En estos últimos años a muchos dirigentes de centro izquierda les costó asumir que ese espacio “social demócrata” no tiene casi relevancia entre la sociedad. Para el ciudadano de a pie no quiere decir absolutamente nada el propio término “socialdemócrata”. Se trata tan sólo de una discusión de militantes que se chicanean enrostrando agachadas morales. Muchos en el centro izquierda argentino piensan como si el escenario político local fuera Europa. Allí hay partidos liberales y partidos socialistas que se alternan en el poder manteniendo los elementos básicos del modelo de desarrollo capitalista. Por ello parece inconcebible que hubiera una alianza entre socialdemócratas y demócrata cristianos. 

Pero a diferencia de Europa, en Argentina existe el nacionalismo que es muy fuerte y activo, que es una corriente filosófica y política de otra raíz, al que tanto liberales como socialistas han visto como un peligro.  En el viejo continente el nacionalismo puede que no tenga atractivos, porque trae malos y amargos recuerdos. Los nacionalismos europeos representan el desastre de una guerra con 50 millones de muertos y el genocidio de 6 millones de judíos. En cambio, en Argentina, encarnado por Juan Domingo Perón, quedó asociado a años de abundancia económica. El nacionalismo argentino logró borrar del mapa al sindicalismo de izquierda, que hasta 1943 fue fuerte y de gran actividad, y logró que la clase obrera argentina se hiciera nacionalista, como lo fueron los sindicatos italianos durante el fascismo. Recién en las últimas décadas los nacionalismos de Europa han resucitado expresando el cansancio de la gente por la falta de perspectivas.  

En Argentina, por décadas se ha mantenido y sigue vigente la misma pugna entre el proyecto político nacionalista y el proyecto liberal, tratando de imponerse uno sobre el otro. Pero se tiene que entender que por “proyecto liberal” se hace referencia fundamentalmente al ordenamiento institucional emanado de la Constitución Nacional de 1853 y su reforma de 1994. Tanto socialdemócratas como liberales comparten la misma raíz filosófica, en ver a la Democracia, las instituciones, la división de poderes, la alternancia en el poder, como valores en sí mismos.

Así, el espacio liberal argentino fue liderado por radicales hasta la irrupción del PRO de Mauricio Macri, con una oferta electoral renovada, se presentó claramente como la opción. El partido capitalino ofreció un discurso republicano, desde lo político, y pro mercado en el plano económico, insistiendo en que el país tenía que alinearse claramente con Occidente y favorecer a las inversiones y fue una clara propuesta contra el gobierno peronista. Al PRO no le importó nunca definirse como “progresista”, aunque sus políticas económicas hayan quedado lejos de ser liberales, según lo entienden los economistas de esa corriente de pensamiento. Para la nueva fuerza ser “progresista” no quiere decir nada.  Es más, es contraproducente para juntar votos entre su base electoral.

Mucho más pragmáticos que los dirigentes del Partido Socialista, los de la UCR entendieron que la tabla de salvación del centenario partido era el acuerdo con “la derecha” del PRO. Había muchos intendentes en las provincias y algunos gobernadores que necesitaban mantener sus espacios y si el partido no les ofrecía una alternativa competitiva, iban a terminar abandonándolo. El acuerdo consagrado en la Convención Nacional de Gualeguaychú les vino perfecto y significó para la UCR la vuelta hacia alguna de las tradiciones partidarias anteriores a Alfonsín, es decir, el balbinismo y anteriormente, la impronta de Marcelo T de Alvear. 

Todo indica que el campo “liberal” se reconfigura este año con la integración de liberales, socialdemócratas, algunos nacionalistas y radicales. La interna de Juntos en la provincia de Buenos Aires puede significar además una vuelta de la UCR a un primer plano dentro de ese espacio. 

A poco más de 20 años del desastre del gobierno de la Alianza, que se podría ver como el último gobierno con impronta “socialdemócrata” de la historia reciente, el espacio liberal se reconfigura. Todo lo que antes estaba junto bajo el mismo paraguas del radicalismo y que por años estuvo desperdigado en “pymes” políticas parece encontrar un mismo cauce. Las legislativas de este año pueden significar entonces la consolidación de ese espacio con vistas al 2023… Los une la necesidad de frenar al nacionalismo,,, falta un programa político y económico.

 

Por NP