BUENOS AIRES (ANP).- Hoy día, aunque el tiempo corre tirano y pronto renovará los aires, todavía vale esa frase hecha para referirse a los hombres vanidosos, esa que todos dijimos alguna vez: «este se cree Brad Pitt». Y aunque nadie duda de que el atractivo actor de «Seven» merece estar en ese slogan universalmente aceptado, no siempre fue así.

Desde principios de los ’60 y hasta casi entrados los ’90, aquel lugar era ocupado por Robert Reford, un actor consagrado por decenas de títulos clásicos, dueño de una sonrisa irresistible y de aires de príncipe de cuentos, que había llegado a Hollywood después de un período de excesos que lo había alejado de su California natal siendo muy joven.

Su historia empezó como la de cualquier muchacho bien parecido con todas las posibilidades de que le fuera bien, pero la muerte de su madre cuando él tenía 19 años lo golpeó mal y el enojo sin confrontación posible lo llevó a dejar sus estudios y a embarcarse en una vida de rebeldía que pudo destruirlo.

«Todos los hombres del presidente» lo consagró como intérprete

Por suerte, no fue así, y después de algunos años bohemios en los que lidiaba con el alcoholismo, conoció a una joven católica que logró ayudarlo a sobreponerse a su pérdida. Con Lola se casó y tuvo a su hijo Scott, y aunque otra vez la muerte le arrebató lo amado —el pequeño sufrió muerte súbita— ahí estaba su esposa para sostenerlo y el arte como remedio para el alma.

Robert no tardó en participar en episodios de distintas series de moda mientras su familia crecía. Pronto llegaron dos hijas y un varón, y también la oportunidad de destacarse en Broadway en la obra Descalzos en el parque, que luego interpretó en un largometraje. El éxito fue tal que empezó a acumular títulos como Butch Cassidy, con Paul Newman, con quien forjó una amistad en la que intercambiaron memorables bromas a lo largo de los años, hasta la muerte de Newman.

A partir de su dupla con su amigo, la cara de Robert Redford no dejó de aparecer en la pantalla grande y las revistas. Títulos como El candidato, Tal como éramos, El golpe y El gran Gatsby lo mantuvieron en el candelero como galán indiscutido hasta que en 1976 su coprotagónico con Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente lo instaló definitivamente como un actor de peso que trascendía a la belleza física. Ya no era el galán que actuaba, sino que ahora el galán se convertía en un plus del intérprete. Otro acierto sería África mía (también conocida como Memorias de África), de 1985, que ganó el Oscar a la mejor película.

Robert Redford y Barbra Streisand

En su vida privada, Redford mostró que no era un seductor desenfrenado sino que, pudiendo tener a cuanta mujer quisiera, supo mantener largas y sólidas relaciones. Se separó de su esposa tras 27 años y comenzó un intenso romance con la actriz brasileña Sonia Braga, aunque se dice que entre todos los amores que cosechó, fue la cantante Barbra Streisand la que le rompió el corazón.

Como director, Redford mostró una de sus mejores facetas. Su mayor éxito fue Ordinary People, estrenada en Argentina como Gente como uno, estelarizada por Donald Sutherland, Mary Tyler Moore y un muy joven Timothy Hutton, que le valió el Oscar al mejor director. Su amor por el cine lo llevaría a fundar años después el Instituto Sundance para jóvenes cineastas, que dio luz al prestigioso Festival de Cine de Sundance.

A pesar del paso del tiempo, Redford nunca desapareció del todo de las pantallas, y hasta se dio el lujo de interpretar en sus años maduros al tercero en discordia en el exitazo de taquilla Propuesta indecente, que en su momento desató un verdadero debate moral.

Su última pareja fue una pintora alemana llamada Sibylle Szaggars, con quien contrajo matrimonio en 2009. Con ella atravesó uno de sus más amargos golpes, la muerte de su hijo James en 2020. Su última aparición como actor sería en Avengers: Endgame.

Actor, director, padre de familia, sueño imposible de mujeres de varias generaciones y ecologista comprometido, Redford terminó su recorrido terrenal hoy en su casa de Utah. Hace casi un mes había festejado sus 89 años en familia y con una salud relativamente aceptable. Se fue suavemente mientras dormía, en medio de un sueño tan dulce y afable como dicen quienes lo conocieron que él mismo era.

Por NP