En la última semana el bombardeo del kirchnerismo sobre las posiciones del gobierno de Alberto Fernández se intensificó al punto de lo intolerable. Son tan notorios los reclamos que ya abren la duda sobre qué es lo que quiere realmente el ala «izquierda» del oficialismo.

El jueves último el secretario de Comercio Interior Roberto Feletti descargó la última andanada de misiles sobre el ministro de Economía, Martín Guzmán, a quien acusó directamente de ser el responsable de los índices de inflación elevados. Pero la semana pasada el mismo funcionario ya le había tirado con granadas.Había dicho que su responsabilidad es adoptar medidas de microeconomía para regular los precios, y que si el gobierno no pone en marcha un plan macroeconómico consistente «vamos a fracasar».

También el ex titular del bloque de Diputados, Máximo Kirchner, respondió a los reclamos de unidad del frente «nacional y popular» que reclaman desde el corazón del «albertismo». Les respondió que «No soy de los que creen que hay que amontonarse por amontonarse».

Apenas unos días antes, Andrés Larroque, ministro de Desarrollo de la provincia de Buenos Aires, había cuestionado la pericia política de Alberto Fernández, al recordar que como jefe de Campaña de Florencio Randazo había sacado el 4% de los votos en la última interna del espacio.

El propio gobernador Axel Kicillof, quien había amagado a mantener cierta independencia, volvió a ser el portavoz de Cristina Fernández al plantear que «no tenemos que tener miedo de enfrentar los intereses de los poderosos».

Frente a tan demostración de desacuerdo, se puede suponer que los ministros que responden a las directivas de la vicepresidenta deberían estar presentando su renuncia al cargo para permitir que el presidente pueda reaordenar su gabinete con gente que esté en la misma sintonía.

Pero esto no está ocurriendo. El dilema es abandonar un barco que se hunde o forzar a que el capitán del barco los tire por la borda. Pareciera que allí se juega el futuro de ese espacio de pensamiento político, que abarca más que el clásico «peronismo de izquierda».

Tal vez, los kirchneristas se ven reflejados en la desastrosa experiencia de la Alianza y el gobierno de Fernando De la Rúa, tal se  cual lo plantea el periodista Carlos Pagni.  No se trata de la relación del entonces mandatario con su vice Carlos Alvarez, quien abandonó el barco apenas pudo y con alguna excusa valedera.  Se trata de la experiencia del radicalismo alfonsinista. 

Raúl Alfonsín, al mando de la UCR, trató de limitar el gobierno a De la Rúa, y cuando no pudo le soltó la mano. El resultado de ello fue que la crisis política y económica monumental se llevó puesto no solo al gobierno, sino a la UCR completa. Recién a 20 años de esos hechos el centenario partido parece dar señal de alguna renovación de cuadros y alguna aproximación a su histórica base electoral de clase media, que migró hacia el PRO.

En el Instituto Patria especulan. Abandonar una nave que se va a pique, cuando se sabe que ellos fueron los que la pusieron a navegar, puede resultar en una pulverización del espacio de la centro izquierda al estilo latinoamericano, tal cual que pasó al espacio «social demócrata» con el radicalismo alfonsinista.

La opción entonces es que Alberto los eche. El que es echado de un gobierno que está haciendo todo mal puede decir que es rajado porque proponía hacer las cosas bien. Suponen que en ese caso se podrá argumentar que el presidente giró «hacia la derecha» y que «traicionó» el proyecto popular original que animó al Frente de Todos. Si el gobierno estalla en pedazos y se va a pique, tratarán de ofrecer a su militancia y seguidores una balsa ideológica y argumental donde quedar a salvo de cara a sus electores.

Alberto no responde al fuego amigo, trata de que el «cristinismo» no se suelte. Como en Titanic, cuando Jack y Rose trepan hasta la popa del trasatlántico y se quedan allí esperando hasta el último segundo antes de tirarse al mar.