BUENOS AIRES (ANP).- Hace pocos días se cumplieron diez años del escándalo ocurrido en La Bombonera cuando se desarrollaba un superclásico Boca-River, aquella noche en que los hinchas y los jugadores xeneizes vieron escaparse la Copa Libertadores de la más absurda manera: un simpatizante boquense con no muchas luces arrojó gas pimienta desde la tribuna al equipo rival cuando éste iba a salir al campo de juego.
Fue el 14 mayo de 2015 cuando el hincha Adrián «Panadero» Napolitano lideró a un grupo que rompió la manga y arrojó gas pimienta contra el equipo de River cuando salían por el túnel para comenzar el segundo tiempo. El presidente del club por aquel entonces, Rodolfo D’Onofrio, se jugó el todo por el todo e ingresó al campo de juego a exigir que atendieran a sus muchachos, preocupado por el clima de violencia que crecía minuto a minuto, con al menos seis de ellos con serios problemas en los ojos. Años después, en una entrevista a TyC, confesaría hasta qué punto temió que el ataque terminara en tragedia.

Se trató de una decisión polémica, arriesgada, con consecuencias que en ese momento eran difíciles de mensurar, pero D’Onofrio se mantuvo firme. Los contrarios le recriminarían hasta el cansancio el haber intervenido para escalar el enfrentamiento, y lo acusaron de utilizar la chifladura de un hincha puntual para suspender el partido en el que Boca tenía chances de ganar.
Sin embargo, una hora y media más tarde, viendo que los afectados no mejoraban sino todo lo contrario, el árbitro Darío Herrera resolvió suspender el partido y aunque al principio estuvo la promesa de continuar jugando otro día, eso nunca sucedería.
Poco después —hoy se cumple un década— la Conmebol dio su veredicto, que para muchos tuvo sabor a poco: River pasaba a los cuartos de final directamente, mientras que Boca debía jugar a puertas cerradas cuatro partidos internacionales de local y otros cuatro de visitante sin su hinchada, además de pagar una multa de US$ 200.000, según informó Clarín.
Afortunadamente para la dirigencia de Boca, el club no quedó excluido de próximos torneos continentales, algo que muchos reclamaban como medida ejemplificadora ya que en esos días uno de los jugadores más afectados, Sebastián Driussi, había sido diagnosticado nada menos que con meningitis. Aunque luego se descartaría por completo la conexión con el ataque, en principio se corrió la versión de que era consecuencia del gas, empeorando la indignación general.
Sin embargo, la benevolencia del fallo no reparó el daño de haber quedado fuera de la Libertadores, trofeo que finalmente quedaría en manos de River. El mal trance, o pesadilla para los boquenses, sigue siendo una herida abierta, así como el terrible momento en que River descendió a la B quedaría en la memoria de los simpatizantes de las gallinas.
Al Panadero, como era de esperar, no le fue nada bien. El club lo echó y los otros hinchas, al igual que sus vecinos, lo culparon del desastre, todos lo odiaban y le apuntaban como el causante de todos los males boquenses. De nada sirvieron sus explicaciones de que la idea no era dañar a los jugadores sino «meter presión» porque los fanáticos entendían que el juego estaba arreglado para que River pasara a la final. «Se nos fue la mano», reconocería con el tiempo, según relata La Nación.
Por aquel entonces, Daniel Angelici era el presidente de Boca, y rápidamente vio venir la maniobra de River para ir hasta las últimas consecuencias, sabiendo que al menos La Libertadores estaba perdida. Pocos días pasaron hasta que sus sospechas se hicieron realidad.
Todos los entendidos de fútbol hoy coinciden en que esa noche no solo se quebró para siempre la relación entre D’Onofrio y Angelici, sino que esa distancia aún perdura diez años después de la pésima idea que tuvo el Panadero.
Y hablando de él, aunque resulte increíble, todavía piensa que hizo lo correcto. El miércoles, con motivo de cumplirse los diez años de esa noche de locura, sostuvo en una entrevista con Infobae que se había inmolado por Boca y que de nada se arrepentía. Enigmático, le dijo a ese medio: «el fútbol es una runfla», alimentando los fantasmas de un antiguo arreglo de las gallinas con la Conmebol, una sospecha que no termina de quedar en el pasado.