BUENOS AIRES, Dic 24 (ANP).- A la Navidad de diciembre de 2001 en Argentina no le faltó nada como para hacer de este país un lugar bien entretenido, en las antípodas de esos lugares como Suiza donde la pobre gente se aburre soberanamente, como astutamente nos hizo notar una vez la exministra de Seguridad, Sabina Frederic.

El panorama venía caldeado de mucho antes, pero en especial desde principios de aquel mes, debido al secuestro de los depósitos bancarios y a la recesión, que desembocaron en la renuncia del presidente de la Nación el día 20, en medio de un infierno de protestas y saqueos de comercios.

Después de eso, sobrevinieron dos días de pánico colectivo porque el país se encontraba acéfalo, con presidentes interinos con cara de susto que advertían que ocupaban el cargo solo por unas horitas, hasta que nombraran a alguien más. En ese contexto llegó al cargo Adolfo Rodríguez Saá, en ese entonces gobernador de San Luis, quien iba a estar hasta marzo para dar tiempo a preparar los comicios.

Lo lógico hubiera sido lanzar declaraciones que dieran certezas y calma, pero un buen peronista nunca hace eso sino todo lo contrario. Y como el puntano siempre fue un verdadero peronista, lo que hizo fue agregar leña al fuego: el día 23 de diciembre anunció a grito pelado durante el acto de su asunción que el pago de la deuda externa quedaba suspendida y a llorar a la iglesia.

Más allá de la ola de aplausos en el recinto, hubo quienes escucharon pasmados, adivinando el pantano sin fondo en el que Argentina se estaba metiendo, que conduciría al tormento de la pelea con los holdouts (los tenedores de bonos que rechazarían el futuro canje de deuda). Estos desdichados ahorristas terminarían vendiendo sus papelitos a los grandes fondos de inversión, «fondos buitres», como despotricaban Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Esos fondos sí tenían espaldas para aguantar una década de juicio y lo hicieron. Y, por supuesto, ganaron.

Pero ese día, el del anuncio desafiante de Saá, hubo festejo sin pensar en el mañana y él tuvo su momento de gloria, que aprovechó para prometer que la paridad de 1 a 1 que había fijado la Convertibilidad para la relación peso/dólar, seguiría. Sin embargo, era otra promesa con poca vida: el fin de la convertibilidad estaba a las puertas y llegó 14 días después de la proclama.

A pesar de todo, hay que decir que al final la Convertibilidad finalmente duró más que la presidencia del propio Rodríguez Saá. El día 28 de diciembre un masivo cacerolazo en Plaza de Mayo, con destrozos incluidos, reavivó la violencia. El país no tenía paz porque la plata de los ahorristas seguía retenida en el corralito y contra eso se sabe que no hay artilugio político ni militancia que valga. El argentino puede ser de izquierda, pero que no le toquen la platita porque salta el gorila que todos llevamos dentro.

Al día siguiente, todo el gabinete nacional saldría eyectado dejando solo al nuevo mandatario, quien finalmente renunció el 30 de diciembre. Lindo fin de año, sin plata y sin presidente. Para colmo, el senador Ramón Puerta -desafortunado candidato natural para reemplazarlo- dijo que ni soñaran con cargarle el fardo.

La ida de Saá tuvo que ver al parecer con un enfrentamiento con el fallecido Juan Manuel De la Sota, al que acusó de hacer fracasar la cumbre de gobernadores que había convocado en Chapadmalal para recabar apoyo. Parece que la pelea fue encarnizada y detrás de bambalinas, esperando con una sonrisa inmensa, estaba Eduardo Duhalde, quien finalmente se quedaría con el sillón de Rivadavia hasta mayo de 2003.

Aquella tragicomedia política en realidad fue una de las aristas, la menos grave en toda esa tragedia que vivió Argentina. El verdadero drama en esos días pasaba por la economía, por el dinero de la clase media atrapado en los bancos, por la actividad que iba en caída libre, por el descalabro de la institucionalidad una vez más haciendo presa al país.

En ese panorama desolador, se sumó el anuncio de un bono llamado “el Argentino”, una más de las creativas papeletas que comenzaron a funcionar como cuasimoneda en esa terrible época, que iba a convivir con el peso y el dólar para efectuar pagos como sueldos a estatales e impuestos.

Por increble que parezca, toda esa vorágine de locuras pasó en veinte días y así terminó aquel diciembre lamentablemente inolvidable, con poco ánimo de festejar la Navidad y con muchas ganas de prenderle fuego a todos los arbolitos navideños, y además con Duhalde probándose la banda presidencial mientras los argentinos sobrevivían en ese ese caos.. Y encima, con los hinchas de Racing refregándonos a todos su delirante felicidad por haber conquistado el campeonato después de 35 años de sequía de títulos. Así es la vida, una de cal y otra de arena.

 

Por NP