Pasó un mes del enésimo globo de ensayo por conformar una moneda común entre la Argentina y Brasil y en esta oportunidad la ilusión de desvaneció más rápido que en otras oportunidades. En el marco de casi cuatro décadas del proceso de integración económica entre ambos países, el momento fue el menos oportuno si se tienen en cuenta la disparidades macroeconómicas que impiden cualquier atisbo de unificación monetaria.
La idea no pudo plasmarse en el “gaucho” imaginado en tiempos de las presidencias de Raúl Alfonsín y José Sarney, cuando tanto la Argentina como Brasil convivían con una hiperinflación que llegó a los cuatro dígitos anuales.
Tampoco en 1998, cuando Carlos Menem sorprendió a propios y extraños al proponerle públicamente a Fernando Henrique Cardoso una moneda común en una reunión en el Copacabana Palace. La situación había cambiado y los dos países podían mostrar una estabilidad monetaria inédita y un creciente intercambio comercial que podría servir como plataforma para iniciar las negociaciones.
El buen momento duró poco y la plataforma resultó más endeble de lo que se creía: al año siguiente, Brasil concretó una devaluación del real que echó por tierra con todos los intentos de unificación monetaria. Poco más de tres años después la Argentina haría lo propio al ponerle fin al régimen de convertibilidad entre el peso y el dólar.
Desde entonces, el peso y el real tuvieron derroteros bien diferenciados. La Argentina y Brasil fueron dos de los principales países favorecidos por la incorporación de China a la OMC y su amplia necesidad de soja y derivados, aunque los aprovechamientos no fueron iguales.
El país vecino acrecentó el nivel de sus reservas internacionales hasta contar en la actualidad con más de US$ 330.000 millones, luego de tocar los US$ 390.000 millones en 2018. La Argentina, por el contrario, con un rosario de restricciones cambiarias, araña una décima parte de lo que son las reservas brasileñas y periódicamente busca algún artilugio para evitar la evaporación de las de libre disponibilidad. Una simple suma de los gastos en subsidios económicos en los últimos veinte años podría explicar la diferencia.
Esa brecha entre los dos países fue ampliándose de a poco y hasta mediados de 2006 podía mostrarse cierta paridad en las cotizaciones de las dos monedas. Pero desde entonces, las diferencias se hicieron cada vez más ostensibles, al compás de dos visiones completamente opuestas de la política económica.
Más allá de las diferencias entre Cardoso, Lula, Dilma Rousseff, Michel Temer, Jair Bolsonaro y nuevamente Lula, Brasil mantuvo criterios monetarios, fiscales y cambiarios que le permitieron en veintiún años pasar de un real a 2,30 por dólar a 5,36 por cada unidad de la moneda estadounidense, es decir un incremento del 133%. En el mismo lapso, con Duhalde, Kirchner, CFK, Macri y Alberto Fernández, el peso argentino paso de una paridad 1 a 1 con el dólar a cotizar a $199,25 en el mercado oficial y $377 en el paralelo. Es decir, subas del 19.825% y 37.600%, respectivamente.
Quizás para un próximo encuentro, el presidente argentino, tan afecto a los históricos del rock nacional, pueda parafrasear a Charly García y preguntarle a su par brasileño: “Lula, ¿no te sobra una moneda?”