Buenos Aires, ene 7 (ANP).- Pocos pueblos en este mundo saben tanto de cotizaciones, dolarización y plazos fijos como el argentino. Temas que en otros países quedan reservados al reducido mundillo de los economistas e inversores, aquí es materia de debate de sobremesa y uno de esos ejemplos data de enero de 2010, cuando aprendimos de golpe qué son y para qué sirven las preciadas reservas que tan celosamente guarda en sus arcas el Banco Central.
Por ese entonces, el titular del BCRA era Martín Redrado, más conocido entre el gran público por alternar entre el amor de la vedette Luli Salazar y de la mediática devenida en legisladora, Amalia Granata. La otra parte de la historia es una peso pesada: Cristina Kirchner, que entonces promediaba su primera presidencia de la Nación.
Lo que se había iniciado como un desacuerdo entre la Casa Rosada y el Banco Central pronto derivó en un escándalo que llegó hasta la justicia estadounidense y que nos tuvo un mes polemizando sobre el uso de las reservas y sobre si Redrado debía ser declarado héroe nacional por atrincherarse en su despacho para defenderlas de la voracidad del gobierno de turno.
La pelea empezó semanas antes cuando el gobierno de CFK, con Amado Boudou al frente del Ministerio de Economía, exigió a Redrado que girara al Tesoro aproximadamente US$ 6.570 millones para pagar vencimientos de la deuda. Redrado se negaba a largar los dólares hasta que no lo avalara el Congreso, y ahí se plantó.
Pero estaba olvidando que enfrente tenía a CFK y para el 6 de enero ella ya había perdido la poca paciencia que la caracteriza, por lo que directamente le pidió la renuncia. Firme creyente en la independencia del BCRA, él se negó y decidió atrincherarse en su despacho a la espera de que se reuniera el Senado para analizar el caso.
CFK no quiso esperar los tiempos de la comisión bicameral y resolvió firmar un decreto de necesidad y urgencia despidiendo a Redrado sin más trámite. Además, dio orden a la Procuración para denunciarlo penalmente y logró que el segundo de a bordo del banco liberara las reservas. Parecía que todo iba a quedar ahí, pero apenas estaba empezando.
Lejos de acobardarse, Redrado retrucó acudiendo también a tribunales y pronto la Justicia lanzó un balde de nafta: repuso a Redrado en su cargo y bloqueó las reservas para que no salieran del BCRA hasta que se dirimiera la cuestión en el Parlamento.
Como era previsible, el Gobierno apeló abriendo una batalla legal que pronto escaló en un intercambio de amenazas y que llegó a Estados Unidos, donde un grupo de holdouts (acreedores de Argentina que no habían ingresado al canje compulsivo de 2005) fueron a ver al juez Thomas Griesa para pedirle que embargara las reservas del país.
En el medio de esta especie de vodevil (y con una ola de calor infernal) el encono entre Cristina y su vice, Julio Cobos no podía sino empeorar. El diálogo entre presidenta y vicepresidente se había cortado un año antes, durante la crisis del campo por la resolución 125, y colapsó por completo cuando Cobos se puso de parte del díscolo Redrado.
La jueza que había frenado todo, María José Sarmiento, denunció que desde el Ejecutivo buscaban intimidarla haciéndola seguir por un patrullero y mientras ella hacía esa denuncia, los gerentes de línea del BCRA padecían las tres peores horas de sus vidas tratando de decidir que era más peligroso: liberar las reservas contradiciendo una orden judicial, o quedarse de brazos cruzados contradiciendo a Cristina. Terrible dilema que soportaron hasta que los abogados de Nueva York aconsejaron no tocar nada porque había serio riesgo de embargo.
La peor pesadilla finalmente se hizo realidad el martes 12 de enero, cuando la justicia estadounidense dictó embargo sobre las reservas argentinas a pedido de los acreedores por US$ 1,7 millones.
La Presidenta habló de una “fenomenal maniobra judicial y mediática” en contra de su gestión y acusó a Cobos de estar queriendo ganar puntos para ser presidente antes de 2011, cuando debían realizarse las elecciones generales. Pocos días más tarde, en medio de la negociación en Nueva York entre abogados de ambas partes, en el Ministerio de Economía anunciaron que habían levantado el embargo para desdecirse un rato después, aunque al día siguiente se confirmó. Todo en medio de marchas y contramarchas que tenía confundido a todos.
Mientras tanto, la gente opinaba. Que Redrado era un ejemplo de funcionario, que era un usurpador, que el BCRA era independiente, que debía ser un instrumento de la política oficial. Un debate que seguramente sigue abierto.
Al fin CFK cedió y llamó a la comisión bicameral para analizar el problema que incluso la obligó a postergar un viaje a China que tenía programado, según ella misma reconoció, para que Cobos no quedara al frente del país y tomara alguna medida rara.
El viernes 22 el conflicto entraría en la recta final con dos momentos de máxima tensión: el primero cuando la Justicia rechazó la apelación del Gobierno y ratificó que no tocaran las reservas, y el segundo el 24 de enero cuando un grupo de policías impidió el ingreso de Redrado a su despacho alegando “órdenes superiores”. El funcionario denunció penalmente al jefe de Gabinete de entonces, Aníbal Fernández, y lanzó una amenaza inquietante. “Tengo la lista de los amigos del poder que compraron dólares”, dijo. La crisis ya tenía ribetes de locura y CFK le agregó otro episodio cuando echó a Osvaldo Guglielmino, el procurador del Tesoro y jefe de los abogados del Gobierno, debido al fracaso de la estrategia de los decretos.
Por fin, el 29 de enero y después de un mes abrumador, Redrado habló ante el Congreso, explicó sus motivos, y renunció luego de acusar al Gobierno de echarlo ilegalmente y de “avasallar las instituciones”. También aprovechó para contar algunas «cositas» a los legisladores, por ejemplo, que se intentó comprar parte de YPF usando reservas.
Seguramente Redrado cumplió su amenaza porque días más tarde trascendió que Néstor Kirchner había comprado US$ 2 millones en 2008 en medio de una turbulencia financiera, lo que instaló la sospecha de que había lucrado con información privilegiada.
La ida de Redrado marcó el final de uno de los episodios más graves y absurdos que presenciamos en nuestra azarosa vida económica porque a partir de ahí el conflicto iría perdiéndose de la primera planta de los diarios a medida que pasaban los días. Para cuando su reemplazante, Mercedes Marcó del Pont, logró transferir los fondos al Tesoro, los argentinos ya estábamos inmersos en otros de los muchos temas angustiantes con los que lidiamos a diario.