BUENOS AIRES, DIC 17 (ANP) . Cuando se analizan los hechos de la política en general se buscan sus causas más o menos racionales. Algo, un hilo conductor que explique los posicionamientos, las palabras, los gestos de los dirigentes. Estos “intereses” suelen aparecer claramente en algunas circunstancias, y en otras están más ocultos.  Pero los analistas políticos suelen rechazar al error o la torpeza.

No es lo más común, pero suele ocurrir. Tal vez, la derrota del gobierno en la Cámara de Diputados a la hora de aprobar el Presupuesto 2022 se explique simplemente en la torpeza del titular del Frente de Todos, Máximo Kirchner, de no saber medir el clima del momento. Todavía no hay nadie que pueda dar una explicación certera sobre lo ocurrido. El martes iba a volver el proyecto a Comisión, se le iban a introducir algunos cambios y se iba a votar.

Tal vez las torpezas de Máximo se equiparen a las de su madre Cristina Fernández, quien en un acto público en Plaza de Mayo se anima a ordenar al presidente Alberto Fernández a que no firme un acuerdo con el FMI que implique un ajuste.
La hipótesis es que los dirigentes con posicionamientos extremos no sirven en determinados contextos, sobre todo, cuando se está en minoría y se requiere de hacer acuerdos. “Se la pasan pidiendo ayuda e insultando a la vez a los que los tienen que ayudar”, afirmó horas después del debate el diputado Christian Ritondo.

Tal vez el kirchnerismo esté viviendo una tragedia. Está al mando de un Estado quebrado que no puede ofrecer soluciones a nadie, y está obligado a hacer lo que siempre denostaron de la “derecha”, es decir, ordenar las cuentas públicas. Como todos los populismos, no acepta la derrota. No cree que “el Pueblo” le haya dado la espalda. Cuando pierden elecciones adjudican ello a alguna conspiración para engañar a la gente. Los populismos prometen la felicidad permanente y ya,,,y hoy el kirchnerismo no puede prometer nada. No puede construir bienestar y riqueza desde el Estado.
Tal es así la no aceptación de la derrota, que obraron con el Presupuesto como si hubieran ganado las elecciones legislativas. Puede ser hasta lógico como estrategia para evitar que un presidente débil como Alberto Fernández, sufra una licuación del poder. Lo que no pueden hacer es creerlo. El kirchnerismo se comportó como si nada hubiera pasado, trató de imponer casi sin discusión un presupuesto mucho más dibujado que en otras oportunidades. La oposición, inclusive, se mostró hasta muy comprensiva: dio el quorum y hasta estaba dispuesta a hacer faltar diputados para que se apruebe, siempre que hubiera algunos cambios.
El acuerdo estaba, pero Máximo lo prendió fuego. ¿Lo hizo de torpe nomás o fue algo pensado?. Quien escribe esto tiende a suponer que se trata de lo primero, de que la persona no está a la altura del cargo. La segunda hipótesis proviene de los que han estudiado al kirchnerismo desde su génesis en Santa Cruz: Prefieren perder antes que acordar con un oponente, pero en este caso, no se ve ninguna ventaja en prender fuego al propio gobierno.

Un elemento que abona la teoría de la torpeza, es que el problema de Cristina no es el ajuste fiscal en sí mismo, sino quedar pegada a una política de medidas impopulares. Como figura política, la vicepresidenta rehuye a una definición. El contexto la obliga a aprobar el acuerdo con el FMI. Pero trata de que la cosa avance sin que tenga que definirse, y además, criticando lo que se va a hacer. No está en condiciones de imponer un “Duhalde” que haga la tarea sucia, para que su fuerza llegue limpia al 2023 con posibilidades electorales. Esa situación genera mucha tensión y dualidad en los discursos del oficialismo y hace que aparezcan las torpezas.