Buenos Aires – (ANP) – Por Juan Luis Bour – Tras un primer cuatrimestre de gestión, aparece el programa económico del Ministerio de Economía que pone en el centro de su prioridad, defender la economía del cepo. Las sucesivas versiones del “dólar-soja” que anticipan una versión 3 para el segundo trimestre de 2023, la desesperación por hacer líquidos los yuanes del préstamo de China, el uso de contabilidad creativa tolerada por el FMI para cumplir con las metas del acuerdo y financiarse temporariamente con recursos del Fondo y el intento por hacerse de dólares a través de un nuevo blanqueo, son la clave de toda la política económica.

Mientras haya dólares se podrán moderar las restricciones a las importaciones y evitar cerrar ventanillas del dólar oficial, lo que pondría de manifiesto lo precario del mecanismo. La economía del cepo que así funciona es festejada desde distintos sectores –no solo del gobierno sino del sector privado, ya que algunos encuentran en su capacidad de generar algunos dólares de exportación un camino para mejorar su rentabilidad-. En efecto, en una economía del cepo, quien accede a dólares es parte del “círculo rojo” que se beneficia del sistema. Es un poco más complejo que Venezuela –una economía primitiva petrolera, a diferencia de la Argentina-, pero no tan diferente. En Venezuela, los que se benefician son lo que tienen acceso a las “excepciones” que introduce el gobierno, mientras que en la Argentina, aparte de los cercanos al Gobierno, basta con ser generador de divisas para sumarse al reducido grupo de “diferentes”: acceden a dólares diferenciales, tanto por sus ventas como por sus compras. El círculo se cierra, aunque el esquema es tan inestable como un Ponzi, dado que para que todos quienes participan puedan mantener sus rentas, deberán incorporarse nuevos jugadores, ya que algunos empiezan a salir.

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El blanqueo anunciado por el Ministro Massa, basado en el acuerdo de intercambio de información con los EEUU, podría ser la “bala de plata” en el programa del Ministro para tratar de llegar a la otra orilla, aunque todavía está casi todo por instrumentarse de dicho mecanismo. Mientras tanto, en 2023, el programa del cepo deberá enfrentar viento de frente proveniente de una caída de las exportaciones y del balance comercial, un cambio de positivo a negativo del flujo de recursos del FMI, y la creciente expectativa de una restructuración de la deuda en pesos que podría arrastrar los compromisos en dólares. Con la economía entrando en recesión, la perspectiva de reducir el déficit primario se desvanece: dos tercios de la reducción estimada en el programa con el Fondo dependen de recaudar 0.4% del PBI más por la “mejora” de la actividad. En caso de recesión, la mejora bien podría transformarse en una caída de la recaudación, obligando a reducir el gasto o compensar con mayores tributos.

Allí aparece el Ponzi, tanto en materia de dólares como de ingresos fiscales. Con la retirada pautada trimestral del Fondo como financiador y la caída del superávit comercial, las cartas pueden caerse si no aparece un nuevo mecanismo (el blanqueo), y quienes forman parte del esquema pueden quedarse con las manos vacías. Con la recesión, la emisión de pesos para financiar el déficit complicaría aún más las cosas si –como está ocurriendo desde hace más de 6 meses- la demanda de dinero sigue cayendo.
El programa económico tiene poco y nada de corrección de los desequilibrios fundamentales en materia de fisco, precios relativos y moneda, nos deja con la incógnita de cómo se van a enfrentar los desafíos de dólares y deuda del 2023 si no es con más
cepo y discrecionalidad y, por lo tanto, puede estar maximizando la incertidumbre para la segunda mitad del año. Bajo estas condiciones, el aterrizaje de la economía a fines de 2023 es esencialmente una apuesta (betMassa.com) que tiene elevadas chances de complicar la herencia que recibirá la próxima Administración.

Publicado en la Revista Indicadores de Coyuntura de diciembre de FIEL

Por NP