BUENOS AIRES (ANP).- El día anterior, el 21 de mayo de un lejano 1976, ya todo estaba dispuesto para que Oscar «Ringo» Bonavena callara para siempre una historia de la que solo quedaron sospechas y rumores. En la puerta del burdel Mustang Ranch, en Nevada, EE.UU., iba a quedar tendido con un tiro en medio del pecho uno de los boxeadores más relevantes de Argentina, reconocido por su destreza y estilo pendenciero tanto abajo como arriba del ring. La noticia de su tremendo fin causó gran impacto en nuestro país, donde era odiado pero también admirado. Tenía solamente 33 años.
En realidad, el engranaje que lo llevó a la muerte se había puesto en marcha un par de meses antes cuando el dueño del Mustang, un siciliano de temer llamado Joe Conforte, entendió que la relación de este joven boxeador con su socia y esposa, Sally Conforte, representaba mucho más que una infidelidad: era la posibilidad aterradora para él de perder mucho, pero mucho dinero.
Ringo había llegado a EE.UU. cuatro meses antes con la intención de obtener peleas importantes que lo mantuvieran en el candelero. Conforte le prometió esa oportunidad, pero al proxeneta se le complicaba tener bienes y negocios a su nombre por culpa de su frondoso prontuario, asi que hizo lo que creyó completamente seguro. Puso a nombre de Sally la mayor parte de su fortuna, incluido el contrato de Ringo, sin imaginar el vínculo que estaba a punto de tejerse entre el deportista desenfadado y la respetable señora Sally, con edad suficiente para ser abuela.
Pronto se supo en toda la ciudad que el argentino estaba enredado con la esposa y socia del temible siciliano, que se había convertido no solo en manager sino también en amiga y protectora de Ringo. Sin embargo, los testigos coinciden en que no fueron los celos el detonante de la tragedia imparable que se estaba gestando sino algunas actitudes del extrovertido y pagado de sí mismo Bonavena, que encendieron luces de alarma en los bolsillos de Joe Conforte. Para él, era su fortuna la que estaba en juego. Para Ringo, la posibilidad de tener el Mustang, un lugar que le abriría las puertas a las mejores contiendas de boxeo.
Según testimonios recabados en un extenso informe de la revista deportiva El Gráfico, lo que selló la sentencia del boxeador fue que varios lo vieron comportarse dentro del Mustang Ranch como si ya fuera el dueño, y sin perder tiempo corrieron a contárselo al verdadero propietario. Para Conforte, un ex taxista que había amasado una enorme fortuna con distintos negocios ilegales antes de establecer aquel burdel lícito, un tercero en discordia era lo peor que le podía pasar.
Al principio, Ringo no quiso o no pudo ver el peligro. Se paseaba tranquilamente con Sally por la ciudad de Reno haciendo alarde de una relación que aunque insistieran en definir como amistad, era vista como íntima para el resto. Aparecían junto en portadas de publicidades y medios, donde los apodaban: «La bella y la bestia».
Pero pronto entendió que estaba metido en serios problemas. Una semana antes de su muerte, desconocidos habían entrado a un costoso alojamiento en el que Ringo vivía desde su llegada a EE.UU. y quemaron su pasaporte y su tarjeta de residencia, en un claro mensaje para que abandonara el país si pretendía mantenerse con vida.
Ringo, que había llegado adonde estaba por ser, justamente, Ringo, el que alardeaba, el que arremetía y el que no se dejaba presionar por nada ni por nadie, esta vez tenía miedo y así se lo hizo saber a su exesposa en una carta, en la que le decía que estaba preparando su inminente regreso a Buenos Aires.
Poco después del ataque a su casa tuvo una pelea a los puños con Willard Brymer, el fiel guardaespaldas de Conforte, a quien dejó noqueado en la puerta del Mustang Ranch. Eso le valió el odio desenfrenado de Brymer y la expulsión definitiva del Mustang Ranch. Conforte le advirtió que no volviera.
Pero Ringo, asustado o no, seguía siendo Ringo y no sería difícil tenderle una trampa en la que, sin importar lo obvia que fuera, seguramente caería.
La oportunidad se presentó en la noche del 21 de mayo, cuando alguien pasó el dato de que Bonavena estaba en un casino cercano, jugándose unos dólares como solía hacer. Según relatos de gente cercana, alguien lo llamó al establecimiento durante la madrugada del día 22 para amenazarlo y retarlo a que ni se le ocurriera volver al Mustang Ranch. El argentino, quizás con algunas copas encima y ofuscado por el fracaso de su incursión en tierras estadounidenses, no vaciló en ir a presentar batalla. Cuando llegó a la puerta del burdel, una bala disparada por el guardaespaldas que lo tenía entre ojos acabó con todo.
Según dijo el asesino más tarde, Bonavena había sacado un arma que tenía escondida en su bota derecha y por eso se vio obligado a dispararle. La policía más tarde comprobó que el arma existía, pero nunca se explicó por qué la tenía en la bota derecha cuando todos sabían que Ringo era zurdo. A Brymer le dieron dos años de cárcel pero con una simple fianza pronto quedó en libertad.
De todos los involucrados, Joe Conforte fue el más afortunado. Brymer murió a los 55 años en circunstancias extrañas y Sally falleció en 1998. Los medios contaron que el siciliano logró evadir a la justicia de varios países hasta recalar en Rio de Janeiro, donde se dice que vivió con una nueva familia y en medio de la opulencia hasta su fallecimiento, supuestamente en 2019, según datos publicados por Infobae, aunque eso nunca se comprobó.
El Mustang Ranch sigue en pie, funcionando como un burdel autorizado, guardando todavía entre sus muros el secreto de la tragedia que se llevó a Ringo Bonavena.
Fuente: Revista El Gráfico