BUENOS AIRES, (ANP) .- Chile fue, históricamente, un país de emigrantes. La dictadura de Augusto Pinochet expulsó a millones del país. Hoy, cuando la economía chilena es de las mejores de América Latina, se fue convirtiendo en un foco de atención para inmigrantes, principalmente venezolanos…y pobres.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, se despachó contra la llegada de inmigrantes venezolanos a su país huyendo de las condiciones sociales, políticas y económicas impuestas por el gobierno de Nicolás Maduro y lo hizo en la Asamblea General de Naciones Unidas que se celebró la semana pasada en Nueva York, como para que todo el mundo tome nota.
Boric, miembro del partido “Convergencia Social”, que forma parte del “Frente Amplio”, una coalición de partidos de izquierda en Chile, aseguró que Chile ya no puede recibir a más ciudadanos del país caribeño.
En un discurso que sorprendió a propios y a extraños, el presidente aseguró que “Chile no está en condiciones de recibir más migración” debido a la crisis en Venezuela. En el mismo discurso, reiteró su descripción del gobierno de Maduro y del líder militar, Diosdado Cabello, como una “dictadura” y pidió a la comunidad internacional que tome medidas para aliviar la crisis.
La realidad es que la mayoría de los ciudadanos venezolanos que huyen de su país prefieren instalarse en Brasil, Colombia (más de 2,4 millones se dirigieron hacia allí), Perú o Ecuador. También, los que tienen más recursos, Estados Unidos y España.
Pero, ¿por qué Chile se niega al ingreso masivo de venezolanos?. Para encontrar esa respuesta hay que ver la historia del país trasandino como uno más de emigrantes que de inmigrantes. Similar a lo que ocurre con Uruguay y Paraguay.
Chile ha sido históricamente un país de emigrantes, pero en las últimas décadas se revirtió esa tendencia.
Durante el siglo XX, especialmente en las décadas de 1970 y 1980 (y gracias a la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet), muchos chilenos emigraron en búsqueda de mejores condiciones sociales y oportunidades económicas a países como la Argentina, Estados Unidos, Canadá y Australia.
Sin embargo, en los últimos veinte años, el país experimentó un aumento significativo en la inmigración, convirtiéndose en un destino atractivo para personas de países vecinos y más allá.
Esto se debe a su estabilidad económica y política relativa en comparación con otros países de la región. Esa mejora en las condiciones de vida de Chile provocó el ingreso de, como no podía ser más obvio, los países más empobrecidos de América Latina, como venezolanos y haitianos.
En los últimos años, se estima que alrededor de 700.000 venezolanos ingresaron a Chile. De estos, aproximadamente el 35 % lo hicieron de manera irregular, utilizando pasos no habilitados.
Sacando a los que huyen de Maduro y su equipo (que constituyen el 24 % de los migrantes a Chile), los peruanos son el más numeroso, con más del 22 por ciento, según cifras oficiales.
A ellos les siguen los haitianos, los colombianos y los bolivianos. Estos cinco grupos de inmigrantes representan el 82 % de los flujos migratorios que llegaron a Chile desde América Latina y el Caribe entre 1992 y 2017.
En ese contexto, el gobierno chileno no está acostumbrado a recibir a extranjeros, aunque hablen su mismo idioma. Además, la economía de Chile, aunque estable, no es tan importante y masiva como para que pueda desparramar bienestar en algo más que los 19 millones de chilenos. Y el presidente Boric, ante la comunidad internacional, hizo que todos tomaran cuenta de ello.
Entre las medidas tomadas para controlar la situación, Chile aumentó las expulsiones y realizó controles fronterizos más fuertes para desalentar el ingreso de inmigrantes; proporcionó asistencia humanitaria recibida a través de fondos internacionales (entre los países que más colaboraron figuran los Estados Unidos) y avanzó con programas para facilitar la integración de los migrantes en la sociedad chilena, incluyendo acceso a servicios básicos y oportunidades laborales.
Estas medidas buscan equilibrar la necesidad de controlar la migración irregular con la obligación humanitaria de asistir a quienes huyen de crisis severas en sus países de origen.
De la denuncia pública a la toma de medidas más drásticas y a la xenofobia hay un solo paso. Chile parece ir caminando en esa dirección.