Buenos Aires, ene 8 (ANP).- Pobreza, amores clandestinos, triunfos en el ring, romances glamorosos, fama, riqueza y el abismo de la cárcel. Así de contradictoria e intensa fue la vida de Carlos Monzón, el más importante boxeador que alumbró este país, un hombre que parecía signado por la fortuna hasta aquella madrugada en la que alcoholizado y preso de un ataque de furia, puso punto final a su buena estrella asesinando a su esposa, Alicia Muñiz.
Nacido en Santa Fe en 1942, Carlos Roque Monzón creció en la pobreza y trabajó desde niño en lo que pudo para ayudar a su familia. Su carrera de boxeador profesional que comenzó en 1963 se desarrolló prácticamente sin que asomara la derrota y pronto obtuvo la corona mundial en la categoría de Peso Mediano, cetro que defendió en 14 oportunidades. Se retiró en 1977 sin que lograran quitárselo.
Su triunfo arrollador en el ring lo llevó a codearse con figuras del jet set europeo, como el actor francés Alain Delon, y a relacionarse sentimentalmente con bellas actrices como Ursula Andress y Susana Giménez. Su fama y la devoción que despertaba en el público hicieron que productores y directores de cine no tardaran en interesarse en él.
Monzón falleció el domingo 8 de enero de 1995 a los 52 años, al estrellarse su auto en el Paraje Los Cerrillos, Santa Fe. El ex ídolo deportivo gozaba de salidas transitorias para enseñar boxeo y esa tarde regresaba al penal de Las Flores, donde cumplía una condena de once años por la muerte de Muñiz. Se cree que se quedó dormido al volante.
Sus películas
La Mary (1974-Daniel Tinayre). Fue su película más conocida y la que lo marcó especialmente porque en aquel set conoció a Susana Giménez, de la que se dice que fue el gran amor de su vida. Las anécdotas de la pasión que ambos llevaron más allá de la cámara son famosísimas, y esa química ciertamente se reflejó en esta historia de locura y tragedia en la que Monzón cumple un papel co-protagónico más que aceptable.
Soñar, soñar (1976-Leonardo Favio). Aunque la crítica mostró reservas ante esta realización, la mayoría coincidió en señalar la belleza visual que caracterizó al trabajo de Favio y la inesperada desenvoltura que mostró el púgil para componer a Charlie, un joven provinciano que llega a Buenos Aires buscando triunfar como artista. Hasta se lo ve aparecer con ruleros y con outfits bastante alejados de los que acostumbraba a lucir.
La cuenta está saldada (1976-Stelvio Massi). Aprovechando la fama de Monzón, el director volvió a reunirlo con Susana Giménez, por entonces ya su pareja, en este western italiano donde el protagonista buscará vengar la muerte de su familia a manos de una banda de criminales.
El macho (1977-Marcello Andrei). Se trata de uno de los más raros exponentes del western al estilo europeo otra vez con Monzón y Giménez. El film tiene varias fallas pero los comentarios volvieron a coincidir en el carisma del ex boxeador y el manejo bastante hábil que llegó a tener ante las cámaras, sin ser actor.
Amigos para la aventura (1978-Palito Ortega). Se trata de una comedia donde nadie se luce demasiado. Monzón interpreta a un joven que tiene un sosías en el mundo del hampa, por lo que será confundido con éste y perseguido junto a sus amigos (Palito Ortega y Juan Carlos Altavista). Los críticos fueron duros con este film al que consideraron el peor de Ortega.
Monzón en avisos comerciales
Monzón también solía ser convocado para pequeñas participaciones en distintas películas y publicidades, aprovechando su fama que no había decrecido luego de su retiro del ring.
Es el caso de “Las locuras del profesor» (1979-Palito Ortega), donde se interpreta a sí mismo en un papel secundario que no aporta demasiado a esta comedia encabezada por el gran Carlitos Balá.
En 1980 Enrique Dawi lo suma con un cameo a su película “Los hijos de López”, la adaptación cinematográfica de una comedia televisiva que fue furor en aquellos años. Y lo mismo sucede con otro film de este director, “Un loco en acción”, de 1983.
Su simpatía ante las cámaras también lo llevó a la publicidad gráfica y a comerciales de TV, por ejemplo en el de una crema para afeitado.
Quienes lo conocieron de cerca dicen que Monzón siempre había querido triunfar como actor, si bien entendió que sólo a través de su habilidad para el boxeo podría llegar a ese lugar soñado. Cuando empezó a ser figura cotizada de la farándula internacional y a ser convocado por directores cinematográficos, fue cuando consideró a la actuación como una buena salida laboral en momentos en que su destreza física empezaba a declinar. Una oportunidad que quedó trunca el 14 de febrero de 1988, cuando dejó el pedestal de campeón desde donde miraba el mundo para convertirse en un oscuro femicida.