BUENOS AIRES, SEP 16 (ANP) – Gran parte de los problemas políticos y económicos que tiene la Argentina se debe a que los argentinos queremos vivir por encima de nuestras posibilidades. Imbuidos en el mito de que “somos un país rico”, suponemos que existen recursos económicos para todo. Con esa premisa, cualquier gobierno que llega al poder, tiene casi la obligación inmediata de generar prosperidad automática para todo el mundo.

Todo ello parte de otro mito. El del modelo económico que generó una extendida clase media urbana, que consumía, compraba autos, se hacía su casa, mandaba sus hijos al colegio y hasta se tomaba vacaciones. Era el modelo de la industria próspera, en la que cualquier obrero de mameluco, con un poco de astucia y audacia, era capaz incluso de ahorrar dinero, comprar algún viejo torno y comenzar su propia aventura pyme.

En aquel viejo modelo, las clases medias eran las mas beneficiadas. Al igual que en otros países, las empresas de servicios públicos estatales, ofrecían agua, luz, teléfonos, combustible y más tarde, lineas de gas domiciliario, a valores sociales. Básicamente, las empresas de servicios estatales eran un modo de transferir recursos a estos sectores.
En ese caldo el peronismo y el radicalismo moldearon la política de la segunda mitad del siglo XX. Los sindicatos peronistas, con su fortaleza, contribuyeron a mantener altos salarios y generosas condiciones de contratación, mientras que con aportes sobre sueldos se financiaban cajas jubilatorias que permitían otorgar pensiones relativamente altas.
Durante todo ese período la inflación no era un problema. La estabilidad del modelo permitía mantener el nivel adquisitivo. Es decir, el modelo soñado por igual entre peronistas y desarrollistas de todas las épocas.

El problema de la política argentina es que ese modelo quebró en 1975, con la debacle generada por el Rodrigazo. Y es que la clase dirigente nunca logró ponerse de acuerdo en un nuevo modelo. Los liberales argentinos, muy afectuosos en otras épocas a apoyar gobiernos militares, trataron de hacer algo durante la última dictadura. Raul Alfonsín fue quien primero advirtió que no se podía reconstruir el viejo modelo, pero fue cascoteado por el peronismo, y luego Carlos Menem declaró la latinoamericanización de Argentina, al sumarse a las políticas del Consenso de Washington y romper para siembre la noción de “clase media”.
Todo este devenir nunca ha sido procesado por la clase dirigente. Persisten todavía en muchas figuras del “círculo rojo” la fantasía de regenerar el viejo modelo. En el relato se sigue con la disparatada concepción de que es posible en un período corto conseguir condiciones de prosperidad. No solo desde el viejo y gastado relato nacionalista, sino también desde el liberal, donde se ofrece riqueza para todos con solo retirar al Estado de todos lado.

Toda esa irrealidad que envuelve a los argentinos es la que retroalimenta la dirigencia. Es condición esencial, entonces, para el gobierno de turno, fomentar el consumo. Que todos gastemos como sea lo que sea. Y entonces se plantea el problema de obtener los recursoa para financiar todo ello. Déficit fiscal y endeudamiento posterior, crisis, reseteo de la economía y arranque nuevamente, desde un escalón menor y con más pobres.

La actual crisis política del gobierno del Frente de Todos tiene este origen. Parte de la fantasía de que se puede generar consumo para las clases medias con un par de medidas. Tan solo habría que abandonar las políticas “neoliberales”.  Es la hipótesis de “clavado mientras se va llenando la pileta” de Carlos Melconián, que para crecer es necesario repartir al mismo tiempo. Es una propuesta que suena mejor para cualquier político profesional que busca votos. .

Es muy alejado de la realidad, pero alguna vez la dirigencia política debería comenzar a transmitir a la sociedad de que Argentina es un país que no está en condiciones de ofrecer aquellas condiciones que tuvo entre los 50 y 70. Tal vez, en algún momento, los argentinos con madurez puedan exigir a sus dirigentes que muestren un camino sensato, concreto, posible, que se respete a rajatablas durante años. Como dice Jorge Remes Lenicov, entender que la política “es el arte de hacer posible mañana lo que no se puede hoy”