Buenos Aires, sep 29 (ANP).- Mañana será el primer debate presidencial entre Donald Trump y el candidato demócrata, Joseph Biden, de cara a las elecciones del 3 de noviembre. Puede ser también la última oportunidad para definir a los votantes de los llamados swing-states, estados que suelen alternar triunfos demócratas y republicanos, y que, por su cantidad de electores en el Colegio Electoral, pueden definir una elección.
Muchos de sus ciudadanos adelantan su voto, y para el próximo debate de octubre ya pueden haber emitido su decisión.
La Comisión de Debates Presidenciales, una institución apartidaria responsable de organizarlos desde la votación de 1988, definió los temas para este primero de tres rounds hasta las elecciones. Entre los seis bloques de diálogo de 15 minutos cada uno, se destacan los tópicos sobre “la Corte Suprema”, “el COVID-19”, “la economía” y “raza y violencia en nuestras ciudades”.
Del lado demócrata, especialistas en campañas presidenciales creen que Biden deberá acentuar sus críticas hacia Trump en cómo el Presidente trató la crisis sanitaria del COVID-19: subestimó en un primer momento la cantidad de contagios y desacreditó las explicaciones científicas sobre la pandemia, demoró en tomar medidas de apoyo económico para los sectores productivos y de empleo más golpeados, y continúa escalando el conflicto diplomático con China, al responsabilizar al país asiático de la propagación del coronavirus.
Biden también podrá resaltar propuestas de impulso económico para superar las consecuencias de la pandemia. Como lo hizo en las primarias, el demócrata buscará mostrarse como el candidato que representa la unidad y la cura para los males estadounidenses, mientras que mostrará a Trump como un presidente que fomenta la división y el odio entre sus ciudadanos.
En la otra esquina del ring, la estrategia republicana quiere mostrar a Biden como un personaje político más “zurdo” de lo moderado que se muestra. Quieren que el demócrata pase más minutos de sus disertaciones defendiéndose de los ataques recibidos por Trump, que proponiendo nuevos ejes de discusión. Para ello, Trump puede servirse del apoyo del ex vicepresidente al Green New Deal, que lo alejaría a Biden del electorado moderado y empresarial. Tampoco sorprendería que Trump, por su propio estilo disruptivo de los códigos políticos, salga del libreto de debate y ataque sobre temas personales al ex vicepresidente de Obama.
Los republicanos machacan en que el candidato demócrata no puede decir dos oraciones seguidas sin un teleprompter frente suyo, y lo llaman “Sleepy Joe”. Confían que, en algún momento de los 90 minutos de debate sin cortes, Biden baje la guardia y se lo vea confundido o aturdido, algo que le sucedió en sus debates a Vicepresidente contra la republicana Sarah Palin en 2008.
Quizás, el actual presidente mencione el Talón de Aquiles personal de Biden: durante sus años de gestión pública y participación en la alta política de la Casa Blanca, familiares cercanos (su hermano y su hijo menor) fueron acusados por fraude al comprar un fondo financiero de inversión, del cual luego hicieron fortunas.
En el terreno de las chicanas, Biden también puede aprovechar la polémica surgida con la publicación del último domingo del New York Times, en la que afirma que Donald Trump pagó sólo 750 dólares en impuestos federales en 2016 y no lo hizo en diez de los quince años anteriores a su acceso al gobierno. En este sentido, en los últimos cuatro años la característica de Trump ha sido que gobernó enfrentado con la mayoría de los medios de comunicación, incluso desacreditó a muchos periodistas de su trabajo en la Casa Blanca.
Esta brecha cada vez mayor con el mass media puede hacer pensar a Trump que, no importa cuán mal le vaya a Biden en el debate, los análisis posteriores lo darán como ganador al candidato demócrata.