BUENOS AIRES, DIC 31 (ANP).- La TV y el cine español han sabido alumbrar grandes títulos a lo largo de décadas que si algo tienen en común ha sido la crudeza, la realidad que enfrenta al espectador con la barbarie despojada de cualquier metáfora, y con las lágrimas en el punto exacto en que emocionan sin caer en el melodrama.

La miniserie española “El desorden que dejas” es un thriller original de Netflix que hace honor a esas cualidades. Con actuaciones creíbles y con instantes insoportablemente angustiantes, la acción atrapa desde el comienzo aunque muy pronto ya sospechemos -sin equivocarnos- quién y más o menos por qué mató a la víctima que da pie a esta historia.

La producción basada en la novela de Carlos Montero -adaptada para miniserie por el mismo autor- tiene sus virtudes pero lamentablemente no pudo escapar a una moda que llegó al streaming, y al parecer para quedarse, que es el uso y abuso de la alternancia de los planos de tiempo.

Aquí el espectador recorre al mismo tiempo los pasos desafortunados que llevan a la tragedia a Viruca (Bárbara Lennie), una ambiciosa profesora de secundaria, y la investigación tenaz de la protagonista, Raquel (Imna Cuesta), su reemplazante en la escuela, que busca desentrañar el misterioso suicidio de su colega, al mismo tiempo que pelea por salvar su propia vida.

Nadie niega el valor del recurso del flashback que tanto se alabó allá por 1941 cuando Orson Welles estrenó “Ciudadano Kane”. Desde aquel clásico muchas han sido las películas y series que recurrieron a esta técnica para ir develando los misterios de la trama a cuentagotas, en el afán de alimentar la intriga hasta sorprender con un final inesperado.

Pero en el caso de esta miniserie, este noble recurso narrativo (que está siendo utilizado cada vez más y exageradamente en las nuevas ficciones), no alcanza para lograr ese final sorprendente que se buscaba porque el espectador de ojo entrenado no tarda mucho en darse cuenta -detalles más, detalles menos- de por dónde viene la cosa. Le bastará ver las primeras apariciones del torturado Iago (Arón Piper) y del facineroso Tomás Nogueira (Alfonso Agra) para entenderlo casi todo.

No es que la serie vaya a aburrir, tampoco eso. Salvo alguna que otra excepción, las actuaciones son acertadas, la ambientación es impecable y la tensión por lo que pueda sucederle a esta profesora decidida a no dejarse asustar, es palpable. Habría que ser de fierro para no ponerse nervioso viendo a Raquel cayendo tontamente en la misma siniestra trampa que acabó con Viruca.

La historia tiene algunos diálogos discursivos y algunos puntos flojos, por dar ejemplos, esta insólita situación en la que tanto Viruca como Raquel, dos mujeres que sabiéndose amenazadas por fuerzas oscuras, vayan como si nada caminando por callecitas desiertas sin temor a que las rapten los culpables (que de hecho, es lo que por supuesto sucede), dejando además puertas abiertas en sus casas, como si vivieran en el pueblecito de la familia Ingalls.

Con todo, y aunque entrega menos de lo que promete, el desenlace es aceptable, con una decisión de la protagonista demasiado emotiva para ser creíble en ese contexto, pero suficiente para dejarnos tranquilos sabiendo que se hizo justicia sin tampoco caer en la redención absoluta. Porque ninguno de estos personajes saldrá ileso del trágico desorden que le tocó atravesar.

Por NP