Buenos Aires, mar 5 (ANP)- La acelerada devaluación del real brasileño mete una presión al peso que será difícil de dominar para el Banco Central de la República Argentina, luego de una inédita estabilidad cambiaria de dos décadas en el país vecino cuyo fin parece reeditar las turbulencias de enero de 1999, a las que muchos consideraron el principio del fin de la Convertibilidad que ocurrió tres años después.

En cualquier abordaje de la relación económica entre la Argentina y Brasil no puede estar ausente la inestabilidad cambiaria de ambos países. Por décadas, así como la actividad turística uruguaya temblaba ante cada devaluación aplicada en Buenos Aires, no había actividad en estas latitudes que no fuera afectada por alguna decisión del Banco Central do Brasil. El reclamo generalmente era encabezado por los sectores industriales, pero seguido por prácticamente todo el empresariado y desembocaba inexorablemente en una devaluación de las sucesivas versiones del peso y el austral.

Esa historia de devaluaciones a uno y otro lado de la frontera pareció haber llegado a su fin el 1° de julio de 1994, cuando Brasil lanzó una nueva moneda, el real, en una jornada memorable por las dimensiones que alcanzó el operativo de cambio de la vieja denominación por la nueva. Fueron casi cinco años de estabilidad monetaria en los dos países y si hubo alguna preocupación no fue por la desvalorización del real sino por su apreciación, ya que en determinados momentos llegó a cotizar más que el peso y, en consecuencia, el dólar.

Esa pax cambiaria se terminó el miércoles 13 de enero de 1999, con la renuncia del presidente del BCdoB, Gustavo Franco, luego de que el real pasara de 1,22 a 1,32 por dólar, en lo que fue sólo el inicio de una sucesión de devaluaciones que lo llevaron a 1,80 por dólar a fines de ese mes. Con el peso atado por ley al dólar, la competitividad argentina quedó seriamente dañada y la Convertibilidad iniciaba un proceso de agonía hasta su final el 6 de enero de 2002. Las diferencias de precios eran insostenibles y en muchas ciudades fronterizas era habitual que los argentinos cruzaran los puentes para cargar nafta o hacer las compras en Uruguayana o Sao Borja.

Pero el siglo XXI vino con una estabilidad de la moneda brasileña de la que no hay antecedentes en los tiempos modernos. Mucho tuvo que ver con ello la incorporación de China al mercado internacional y la afluencia de miles de millones de dólares con la importación de soja y derivados, complejo del que Brasil pasó a ser el primer exportador mundial. Con oscilaciones en torno de los 3,50 a 4,20 reales por dólar, la moneda brasileña dejó de ser un fantasma para las autoridades argentinas, al menos en las proporciones de años atrás.

Esa tranquilidad está llegando a su fin, nuevamente como hace 21 años. En lo que va de 2020, el dólar aumentó 14,9% su cotización medida en reales. Es una incógnita dilucidar en qué medida lo hizo frente a las decenas de tipos de cambio formales e informales que existen en la Argentina, pero en comparación con el de referencia del Banco Central la suba fue de 4,9, tres veces menos que en Brasil. Con el agravante que mientras en Buenos Aires se insiste con la contención artificial de la paridad, nadie se anima a ponerle fecha de vencimiento a la devaluación en el país vecino.

En tiempos en los que la Argentina no tiene acceso a los mercados de crédito y apuesta casi exclusivamente al superávit comercial para hacerse de dólares, la devaluación del real podría causar un daño similar al de la caída del comercio con China por el coronavirus. Pero también agregará más temblores a la de por sí inestable paridad entre el peso y la moneda estadounidense.

El impacto inflacionario será difícil de neutralizar y los intentos por disimular los problemas escondiendo la basura debajo de la alfombra no harán más que agravar la situación. Como en 1999.