BUENOS AIRES (ANP).- Desde recaudaciones de taquilla paupérrimas hasta carreras de jóvenes promesas arruinadas, todo puede pasar cuando un proyecto que lo prometía todo tropieza con la crucifixión de críticos y espectadores. Hoy parecería improbable que eso suceda por una escena de sexo de mal gusto, pero no era así a fines de los ’80, cuando la difusión de un video íntimo podía arruinar el futuro profesional de cualquier famoso.

Primero, el contexto. El cine mundial venía explorando hacía mucho el erotismo con títulos tan legendarios como Último tango en París (1972) y Emmanuel (1974), pero sería a fines de los ’80 cuando se vería una explosión de los thrillers eróticos como producto comercial masivo.

Elizabeth Berkley en «Showgirls», uno de los mayores fracasos del cine erótico

Los pioneros serían los directores Adrian Lyne y David Lynch, dos ratoneros irrecuperables, que estrenaron Nueve semanas y media y Blue velvet en 1986 con meses de diferencia, ambos ahondando en el sadomasoquismo. El clásico de Lyne contó con los sex-symbol Mickey Rourke y Kim Basinger, mientras que Lynch eligió para su oscuro relato a la sensual Isabella Rossellini y a Kyle MacLachlan, el mismo que años más tarde alcanzaría fama mundial protagonizando la serie Twin Peaks.

Con estos dos antecedentes y con la llegada de la taquillera Atracción fatal (1987), también de Lyne, el fanatismo por el erotismo explícito había llegado para quedarse, imponiendo una fórmula que parecía imposible de fallar pero que, como se verá, fallaría.
Seducción de dos lunas (Two moon junction). En 1988, un obsesivo del cine erótico, el director Zalman King, estrenó esta que se perfilaba para ser uno de los títulos fuertes del género y con dos protagonistas a los que no les faltaba nada para lograrlo: la muy hermosa Sherilyn Fenn y el musculoso Richard Tyson

Sin embargo, la historia de la chica bien con novio rico que decide enredarse en una aventura ardiente con un chico pobre no pegó, y todos se quedaron con las ganas. Quizás porque le faltaba el gancho del thriller o porque hubo demasiado romanticismo estorbando (además de un desenlace tontuelo), lo cierto es que la crítica le bajó el pulgar y pasó sin pena ni gloria.

Mi obsesión por Helena (Boxing Helena). Su éxito televisivo en la serie Twin Peaks le dio a Sherilyn Fenn una segunda oportunidad después de la decepción de Seducción de dos lunas, pero otra vez la suerte le fue esquiva y en 1993 la pobre chica cayó en otra producción a la que la crítica y el público iban a pegarle sin misericordia, y con buenos motivos.

Mi obsesión por Helena tuvo nada menos que a Julian Sands en el protagónico como el cirujano loco que llega hasta extremos horrorosos para apropiarse de la mujer que ama, pero ni siquiera su estampa alcanzó para salvar a este film erótico-asqueroso del completo desastre. Lamentablemente, la carrera de Fenn se estancó y aunque seguiría actuando, ya no lograría buenos papeles. Ni hablar de la suerte de la directora, Jennifer Lynch (hija de David Lynch), que al parecer heredó los ratones de su padre (pero los defectuosos), y nunca aportó otro film destacable.

Showgirls. Quizás esta película sea el mejor ejemplo de que Hollywood puede perdonar a los mediocres, pero no a los ganadores que caen en desgracia. Showgirls se estrenó en 1995 con un presupuesto exorbitante y con un equipo que no podía fallar, con el director Paul Verhoeven a la cabeza, que venía del éxito arrollador de Bajos instintos.

Por otra parte, la trama parecía infalible: un triángulo sexual compuesto por una chica pueblerina dispuesta a prostituirse con tal de triunfar en Las Vegas, una stripper bisexual e insaciable, y el dueño de un club nocturno tan atractivo como perverso. La protagonista era Elizabeth Berkley, que había conquistado al público adolescente con su papel en Salvados por la campana, y él no era otro que el mismo de Blue velvet, el magnético Kyle MacLachlan, que para entonces ya era una estrella.

Más de 25 años después, todavía se sigue analizando qué fue lo que hizo que Showgirls fallara tan estrepitosamente tanto en crítica como en taquilla. Para muchos, la respuesta puede hallarse en un combo explosivo de estética kitsch indigerible para la época, un tono caricaturesco poco gracioso, un guion débil y el shock de ver a Berkley desnuda lamiendo un caño, después besando a otra mujer y, por último, «atendiendo» al coprotagonista. Demasiado para los estándares morales de entonces.

Lo extraño fue que solo Berkley pagó las consecuencias. La película, y en particular su actuación, ganaron los Premios Razzie y por más que Verhoeven aclaró mil veces que ella solo siguió sus directivas, todos continuaron con sus carreras mientras que a ella nadie volvió a llamarla para filmar en mucho tiempo. Se dijo que fue porque Berkley era la única que no contaba con una carrera sólida en la cual apoyarse para soportar el golpe, pero es más seguro que hayan pesado los prejuicios y Berkley tuvo que esperar años para que volvieran a tenerla en cuenta en televisión, principalmente en CSI: Miami.

Sin embargo, nada como el tiempo para poner todo en su lugar, y Berkley seguramente vivirá para ver la reivindicación de Showgirls que, aunque se considera el mayor fracaso del cine erótico, hoy está siendo revalorizada por la crítica y el público y hasta cuenta con documental propio, You don’t Nomi (2019), y con un fan como Quentin Tarantino. Mal que les pese a los críticos de los ’90, es probable que Showgirls esté yendo en camino a convertirse en uno de esos placeres culposos, un clásico de culto de esos que siempre darán que hablar.

Por NP