BUENOS AIRES (ANP).- Hasta el 30 de diciembre de 2004 nada hacía sospechar ni por asomo que Omar Chabán, el zar del rock under de los ’80 y ’90 en Argentina, podía amanecer un día en medio de una realidad de pesadilla, tan diametralmente opuesta a la vida rutilante que llevaba codeándose con el mundo cool de la música alternativa. Esa noche, cuando alguien de identidad hasta hoy desconocida encendió una bengala adentro del boliche República Cromañon, Chabán entró en el infierno y ahí se quedó hasta el 17 de noviembre de 2014 —hoy se cumplen diez años— cuando un cáncer linfático lo liberó del tormento que se había ganado por confiar tan irresponsablemente en su buena suerte.
Vaya un recordatorio breve sobre lo que sucedió: en medio del recital, ese alguien sin nombre encendió una bengala cuando empezaba a tocar el grupo Callejeros y, como era previsible, una chispa salió volando y fue a prenderle fuego a la media sombra que cubría el techo del lugar. Cromañon, que esa noche había recibido cuatro veces la cantidad de espectadores de su capacidad y que tampoco contaba con los estándares de seguridad adecuados, ardió en escasos minutos.
Eso de las bengalas pasaba en todos los locales de su estilo, no era ninguna novedad. Solo que la suerte se termina y fue a Cromañon al que le toco convertirse en la prueba de adónde se llega cuando se ignoran los más elementales principios de la seguridad. El resultado de la tragedia fue 194 muertos —la mayoría por asfixia— y más de 1.300 heridos.
Entre las víctimas fatales se contaron varios parientes y amigos de los miembros de la banda que actuaba y del mánager. El vocalista, Patricio Fontanet, perdió a su novia en el incendio y pasaría un par de años tras las rejas en medio de la vorágine por hallar culpables, y aunque con el tiempo retomó su carrera, nunca volvería a ser el mismo que entró esa noche a Cromañón.
A la Justicia le tomó cinco años llevar adelante el juicio, que concluyó con penas de cárcel para Chabán y los funcionarios que habilitaron el lugar. Desde entonces, también falleció el guitarrista Maximiliano Djerfy mientras que el baterista Eduardo Vásquez sigue en la cárcel pero ahora por asesinar a su esposa y madre de sus hijos.
Un cazatalentos del rock
Omar Chabán había nacido en 1952 en San Martín, Buenos Aires. Actor y artista plástico, se destacó desde joven como gerenciador de locales pensados para albergar el rock que, por inclasificable, no hallaba sitio en el circuito comercial. Su romance más conocido fue el que mantuvo con la escultural actriz y vedette Katja Alemann quien, más allá de reconocer el innegable error que cometió su expareja, siempre le expresó su apoyo y cariño, aún en los momentos más oscuros.
Los que lo conocieron dicen que Chabán comprendía a la perfección que en la ciudad deambulaban sin suerte decenas de bandas talentosas que podían llegar a lo alto, y que rara vez se equivocó porque tenía el don del olfato para detectar a los grupos musicales con futuro. A ellos les brindaba un lugar accesible para darse a conocer y ni falta hace decir que para llegar a esos locales había que guiarse por el boca a boca, casi como una aventura atrevida porque nada tenían en común con las discotecas de moda.
El primero de sus «templos» musicales fue Café Einstein, y a ese le siguió el legendario Cemento, ubicado en Estados Unidos al 1200, un viejo estacionamiento y garaje que en sus manos se convertiría en un ícono de la cultura under, al que accedió gracias a un préstamo de Katja. Por allí pasaron Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Viejas Locas, Las Pelotas, Los Ratones Paranoicos, Los Piojos, Bersuit Vergarabat, y Attaque 77, por citar algunos.
Cemento, que fue inaugurado en 1985, sufrió varias clausuras por las quejas vecinales porque ni los artistas ni sus espectadores se cuidaban ni poco ni mucho de que la gente durmiera como Dios manda, y porque siempre terminaban en la puerta a los golpes, obligando a que se presentara la Policía. Pero estaba bien, porque era parte del folclore.
En paralelo, Chabán abrió otro local, ese donde iba a terminar todo. Emplazado en el corazón del barrio de Once, el empresario comenzó a gerenciar la estación final de su carrera, Cromañon (o Cromagnon, como se prefiera). La noche del incendio, el destino de Cemento también quedó sellado porque al ir preso Chabán el hechizo se rompió: lo que había sido un reducto de la música rock alternativa volvió a ser lo que siempre había sido, un simple estacionamiento.
Chabán fue detenido al día siguiente del incendio y pasó el Año Nuevo de 2005 acompañado por los demonios que lo rondarían hasta el final. Pasado un tiempo se le otorgó la excarcelación pero no pudo aprovecharla porque donde ponía un pie en la calle, una multitud se lanzaba sobre él para insultarlo y arrojarle piedras. Al ver que era imposible protegerlo, el propio abogado le recomendó esperar en la cárcel a que se calmaran los ánimos.
Sin embargo, el daño había sido enorme y los ánimos no se calmarían nunca más. Todos los intentos que hizo por vivir en el anonimato fracasaron porque adonde iba, ahí estaban esperándolo los dolientes para fustigarlo. Incluso cuando consiguió una vivienda en una alejada isla del Delta hubo quienes llegaron remando hasta su casa para arrojarle piedras. Para Chabán, la celda no era una cárcel sino un refugio.
Un final agónico
El juicio por la tragedia de Cromañon finalizó en 2009 con la sentencia a 20 años de prisión para Chabán mientras que al mánager de Callejeros, Diego Argañaraz, y al subcomisario que recibió coimas, Carlos Díaz, les tocaron 18 años a cada uno. Los miembros de la banda fueron absueltos aunque tiempo después volverían a enfrentar un nuevo juicio y pasarían algunos años tras las rejas.
También el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, quedó atrapado en la maraña de acusaciones y tras un dramático juicio político fue destituído. En cambio, los funcionarios porteños que habilitaron el local haciendo la vista gorda a lo obvio tuvieron más suerte, con penas menores en comparación al daño ocasionado. A ellos nadie los persiguió, ni sus nombres se recuerdan.
Tras un tiempo, la condena de Chabán se redujo a ocho años porque el cargo pasó a ser «estrago culposo» en vez de doloso. Los familiares de las víctimas apelaron y consiguieron una extensión, pero daba igual: Chabán murió en el medio de su condena en el hospital Santojanni, donde era tratado sin esperanzas de linfoma de Hodgkin. Técnicamente vivió 62 años, pero sus conocidos afirman que llevaba mucho tiempo muerto cuando los médicos firmaron la defunción.
Su final, por supuesto, fue recibido según el lado del dolor en el que a cada uno le tocó estar parado. Para las familias de las víctimas no fue una alegría pero sí una sensación de justicia y de cerrar una herida tremenda. Para sus amigos, fue como que el Cielo lo liberó y, sin dejar de reconocer el imperdonable error que había cometido, muchos lo despidieron con cariño en las redes sociales. Uno de sus amigos, el empresario musical Pablo Baldini, lamentó su muerte y puso fin a la historia en diálogo con diario La Nación: «Ahora, podrá descansar en paz».
Hasta hoy, y echando un manto de olvido sobre la tragedia, Omar Chabán sigue siendo reconocido como uno de los principales impulsores del rock nacional de vanguardia, que tuvo a bandas como Soda Stereo, Sumo y La Portuaria como los grandes exponentes de una época dorada. Desde entonces, todas las bandas —no importa si consagradas o debutantes— interrumpen sus conciertos ni bien perciben un amague de bengala encendiéndose en el auditorio. Un aprendizaje salvaje que también les legó Chabán.