BUENOS AIRES, JUN 25 (ANP) – Por Carlos Lamiral. Las razones por las cuales un partido político dirime las diferencias de sus dirigentes en elecciones internas pueden ser variadas. Aunque el público pueda suponer que detrás de ello hay motivos superiores, en general lo que hay son disputas de espacios de poder, algo que para cualquier hijo de vecino suena mal, pero que es lo esencial en la política. Porque si los dirigentes no están para disputar espacios de poder, mejor que se dediquen a otra cosa. Estas contiendas, a veces, en partidos que no tienen un cuerpo doctrinario duro, se revisten de carácter ideológico y en otros casos, diferencias más terrenales aparecen con mayor nitidez.
Mover un aparato partidario para una interna es costoso, tanto en recursos materiales como en recursos humanos. Y lo más importante es que se necesitan afiliados y militancia que llene de contenido a la disputa. En la época en la que el PJ o la UCR solían encabezar mega movilizaciones, se bromeaba respecto de los partidos de escasa convocatoria de que para llenar un acto lo organizaban en una cabina telefónica.
Si se toma como parámetro al radicalismo, que es el único partido argentino que procura mantener la dinámica de la interna, las razones que definen si hay acuerdos de unidad o si hay contienda suele ser muy sencilla. Si todos los dirigentes en un momento están conformes con los espacios que logran mantener o ampliar, hay unidad. Si uno o varios de ellos consideran que disputando una interna conseguirán más, irán a la pelea, aún sabiendo de antemano que pueden perder. La especulación es sencilla: Por ejemplo, en el armado de una lista de legisladores, a un grupo le ofrecen 2 lugares que aseguran que ingresarán a la Cámara. Si este grupo entiende que peleando una interna conseguirá 3 lugares, se verá tentado a pedir la opinión de los afiliados, aún en la eventualidad de perder. Para ese espacio, es ganancia siempre.
Esto ocurre en partidos como la UCR con miles de elecciones internas en sus espaldas. Desde grandes disputas nacionales, como la que dirimieron Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, hasta las más pequeñas, como un comité departamental de la juventud. Todos especulan, todos piensan el siguiente paso a dar.
¿Qué pasa luego de la interna? La mayoría de los que perdieron, analizan la situación y seguirán luego militando, tratando de mejorar su posición en el futuro. En general, suponen que la cobertura que les da el partido político es superior. Recientemente, el radicalismo en la provincia de Buenos Aires dirimió diferencias. En las internas del año pasado concurrieron 100.000 personas que tan solo definieron si había que mantener el perfil opositor dentro del acuerdo con el PRO, o si había que tratar de reconstruir el mítico espacio de “progresismo” de centroizquierda. Ganó la idea de seguir en Juntos por el Cambio. Entre los que perdieron figuran históricos como Federico Storani y Juan Manuel Casella. Ninguno anunció su partida de la UCR y el partido no se quebró. En algún momento, volverán a militar por lo que entienden, tiene que ser el perfil del radicalismo.
La internita del PRO
El partido de Juntos por el Cambio que está en desorden es el PRO, una fuerza joven que trata de madurar haciendo eso que se llama “parricidio político”. Una parte de ellos, encabezados por el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y por la ex gobernadora María Eugenia Vidal, entienden que para ganar las elecciones presidenciales en 2023 conviene mantener un perfil de oposición moderada. Y el fundador del PRO, Mauricio Macri, considera que hay que mantener un perfil duro, y por ello alienta a Patricia Bullrich.
Es vergonzoso, hoy por hoy, el espectáculo que ofrecen a los ciudadanos. Dejan expuestas sus pequeñas mezquindades. En el caso de María Eugenia Vidal, la exgobernadora de la Provincia a la que de pronto le dejó de importar la suerte de los bonaerenses y que ahora aspira a presentarse en una lista de diputados en la Ciudad de Buenos Aires. Vidal parece no entender el rol que jugaba en la política de la provincia más grande de la Argentina. Dejó su cargo con una muy buena imagen y con las puertas abiertas para consolidar un espacio propio. Pero decidió no hacerse cargo de ese desafío. ¿Acaso especula que si fuera primera candidata en Provincia y pierde, sus aspiraciones presidenciales se desvanecerían?.
La verdad es que su salida de la provincia generó un agujero importante para el PRO y la oposición. Rodríguez Larreta ensaya ahora a Diego Santilli…y entonces Jorge Macri, el intendente de Vicente López que aspira a llegar a La Plata, se queja porque se meten en su territorio sin tenerlo en cuenta.
Ninguno parece medir las consecuencias de sus movimientos. Por un lado, Macri repite los mismos errores de conducción política que cometió en la presidencia,,y es no conducir. En el gobierno, desperdigó poder entre ministros y como jefe del PRO toma partido por uno de los bandos. Macri entiende que en la dureza está su razón de figurar en el escenario político, pero se despreocupa de que si el partido va por ese camino termina reduciendo las chances de sus mejores candidatos para el 2023. ¿Querrá volver él mismo?
Todo este complejo entramado de pequeñeces lo tendría que haber resuelto el año pasado, pandemia de por medio. Haber definido el perfil del partido y el tipo de oposición, y junto con ello los potenciales candidatos. El PRO no tiene tradición de internas. No cuenta con tradición militante y ha tratado de acomodar los tantos siempre en base a encuestas de opinión y negociación. No pareciera estar en su acervo la idea de preguntar qué opinan a sus afiliados. Encuesta y rosca parece ser su metodología y sus problemas se agravan cuando aparecen problemas de conducción.
El PRO es como esos equipos de fútbol que arranca ganando uno a cero a los 10 minutos del primer tiempo y que sus hinchas están más entusiasmados por gritar el tercer gol, antes que el segundo. Para hacer el tercero primero hay que hacer el segundo, y esas son las elecciones de noviembre.