BUENOS AIRES (ANP).- La admiración que generó en vida el escritor peruano Mario Vargas Llosa, uno de las columnas del llamado “boom latinoamericano”, era tan grande que hasta aquellos que lo odiaban por sus ideas liberales no dejaban nunca de recalcar el inmenso valor de su obra literaria.
Con una prosa punzante y delicada, no carente de vértigo, el Premio Nobel de Literatura 2010, fallecido ayer a los 89 años, no dejó de opinar jamás de historia ni de política, de la paz y la guerra, de la razón y la cobardía, repudiando a aquellos que consideraba dictadores, entre ellos el chileno Augusto Pinochet y el venezolano Hugo Chávez.
Admiraba al escritor francés Gustave Flaubert, al argentino Jorge Luis Borges, a su ex amigo el colombiano Gabriel García Márquez, al estadounidense William Faulkner y a tantos escritores a los que evocaba permanentemente para regocijo de sus lectores.
Probablemente se lo recordará por tres novelas: “La ciudad y los perros”, “Conversación en La Catedral” y “La Fiesta del Chivo”, en el que relata el fin de la temible dictadura del militar y presidente dominicano Rafael Trujillo.
Pero en otra lista podrían figurar, quizás, “La tía Julia y el escribidor”; “Pantaleón y las visitadoras”; “La guerra del fin del mundo”, “El hablador” y “Lituma en los Andes”.
En cuanto a “Conversación en La Catedral”, Vargas Llosa dijo en una oportunidad: “Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, salvaría a ésta”.
En su libro “La orgía perpetua”, en el que analiza a “Madame Bovary”, la obra señera de Flaubert, opina que el novelista francés “no crea a partir de la nada, sino en función de su experiencia” y asegura que “el punto de partida de la realidad ficticia es siempre la realidad real tal como la vive el escritor”.”
“Ciertos temas se le imponen, igual que el amor y el sufrimiento, los deseos y las pesadillas”, opinó.
Con respecto a la imaginación, dijo refiriéndose al autor de “Bouvard y Pecuchet”: “No solo los buenos recuerdos que la nostalgia convierte en heridas abonan una ficción; son sobre todo las llagas que todavía supuran en el espíritu, los demonios que espolean y vivifican la imaginación de un escritor”.
A diferencia de Flaubert, que según el escritor peruano “era un profundo egoísta en lo que respecta a la injustica social”, Vargas Llosa solía involucrarse en las discusiones por causas sociales defendiendo posiciones de derecha. En 2005, junto con su hija Morgana, emprendió un viaje por Medio Oriente que quedó registrado en el libro “Israel-palestina. Paz o guerra santa”.
Sus artículos publicados en el diario El País, de Madrid, son un claro ejemplo de un periodista lúcido que no ocultaba sus ideas a nadie.
El 13 de marzo de 2006, poco antes de cumplir los 70 años, dijo durante una entrevista con el diario La Nación que “en muchas cosas soy de izquierda” y se manifestó a favor de una sociedad laica, con reformas sociales, el matrimonio gay, el aborto y la despenalización de las drogas.
Vargas Llosa respaldó también la gestión de los ex presidentes, Sebastián Pineda, de Chile, y de Argentina, Mauricio Macri, entre otros.
“Al mismo tiempo, amo profundamente la libertad, creo que es una de las más grandes conquistas de la humanidad y que debe ser defendida de una manera muy convencida, y eso me lleva muchas veces a desencuentros radicales con la izquierda, porque hay sectores que no tienen esa concepción de la libertad y están dispuestos a sacrificarla por el poder”, afirmó el Nobel peruano durante su reportaje con el diario argentino.
Dedicó además un ensayo al escritor francés Víctor Hugo, llamado “La tentación de los imposible”, en el que señala que la novela “Los Miserables” es “una de las obras más memorables que ha producido la literatura”.
Vargas Llosa, que murió en Lima rodeado de sus seres queridos, dice en este libro (que fue una recopilación de ensayos de una materia que dictó en la Universidad de Oxford, entre abril y mayo de 2004), que toda novela tiene una “naturaleza imaginaria”.
“Basta un fantasma en una reunión para que todos los que asisten a ella adquieran un aire fantasmal; basta un milagro para que la realidad se vuelva milagrosa”, asegura, durante su retrato de Víctor Hugo.
Como detalle debe mencionarse que participó del llamado “boom latinoamericano” de la literatura, entre 1960 y 1970, junto al argentino Julio Cortázar, el colombiano García Márquez, el mexicano Carlos Fuentes, el uruguayo Juan Carlos Onetti y el paraguayo Augusto Roa Bastos, entre otros.