BUENOS AIRES (ANP).- El veterano Luiz Inácio Lula da Silva está a punto de empezar a escribir la historia de su tercer mandato en Brasil, un récord inédito en su país. Quien comandó el destino de los brasileños entre 2003 y 2010, y que fue capaz de superar no solo el cáncer sino también la cárcel y las sentencias por corrupción en su contra, asumirá el domingo el máximo cargo con la total convicción de que la pobreza es su más temible opositora.
Si bien su triunfo no fue abrumador -necesitó una segunda vuelta para obtener la presidencia y batió por poco margen a su adversario, Jair Bolsonaro– Lula empieza con el pie derecho gracias a la gran confianza que aún le profesa su electorado. Cuando finalizó su segundo mandato en 2010, su nivel de aceptación alcanzaba el 90%, lo que sin duda jugó a favor de su elegida para sucederlo, Dilma Rousseff.
Pero mucha agua pasó bajo el puente desde ese año, y en el medio no solamente hubo cimbronazos políticos en Brasil sino que además el mundo sufrió el impacto económico que dejó la pandemia. Tampoco hay que olvidar que en estos últimos años el bolsonarismo logró mayor posicionamiento en el Congreso y muchos más adeptos entre la clase trabajadora, lo que deja prever que el nuevo oficialismo no la tendrá tan fácil a la hora de promover sus cambios.
En este nuevo escenario, la gran incógnita es cuánto margen de maniobra tendrá para aumentar el gasto social el tercer gobierno de Lula, que se iniciará formalmente con la ceremonia de asunción programada para este domingo.
Una de las primeras medidas que Lula ya anticipó será reflotar el estatuto de desarme, primera diferenciación del actual presidente Bolsonaro. Pero es su promesa de terminar con la pobreza lo que asoma como el verdadero desafío que deberá enfrentar.
Lula ya dijo que el primer paso será aumentar el salario mínimo, y para llevarlo a cabo sin comprometer demasiado a las cuentas públicas es claro que no habrá otro camino que echar mano de impuestos a los que más tienen y a los que más producen.
En este sentido, una de las incógnitas es qué pasará con la decisión de Bolsonaro de bajar los impuestos a los combustibles, que permitió que los brasileños vieran meses consecutivos de deflación por primera vez en mucho tiempo. Hace pocos días, el equipo de Economía saliente y los funcionarios del área que pronto ingresarán acordaron que la medida se prorrogará hasta fines de enero, pero no está muy claro lo que sucederá luego, con un gobierno ávido de recursos para afrontar un gasto social que se perfila enorme.
Argentina conoce bien las consecuencias para las cuentas públicas cuando se decide paliar la pobreza con ayuda social financiada vía presión impositiva, y puede ser un buen espejo premonitorio de lo que podría suceder a la administración que va a comenzar en Brasil si no es capaz de hallar la forma para que la prosperidad sea genuina.