BUENOS AIRES (ANP).- La candidata a presidente de los Estados Unidos por el Partido Demócrata, Kamala Harris, la tiene difícil pero no imposible.
Las redes que durante los últimos años fueron estableciendo la agenda de “lo que debe y no debe” leerse se poblaron de memes. Así también las referencias a la serie Veep, la comedia protagonizada por Julia Louise-Dreyfus (Elaine en “Seinfeld”) que cuenta las desventuras de una ficticia vicepresidenta de los Estados Unidos mientras se abre paso hacia el sillón más poderoso del mundo cuando su jefe, el Presidente, decide no competir por un segundo mandato.
Hasta ahí, las similitudes con lo que ocurrió hace pocos días entre Joe Biden y Kamala Harris son calcadas. Pero nada más.
Porque mientras Selina Meyers es una mujer blanca, millonaria, con una hija a la que denigra constantemente y divorciada, Kamala es una mestiza (su padre es un profesor negro nacido en Jamaica y su madre una ingeniera hindú nacida en Madras), está casada en segundas nupcias y no tiene hijos.
Su irrupción en 2020 como la vicepresidenta de Biden fue un golpazo para la estrategia del Partido Republicano que acunó, aún a regañadientes, la reelección de Donald Trump.
Su figura sobresalió sobre la fría decadencia WASP del magnate inmobiliario y de Mike Pence. Ahora, a menos de cien días de las elecciones de noviembre, Kamala recibió la antorcha con la que deberá iluminar el camino para llevar el triunfo al malherido Partido Demócrata.
Los analistas coinciden en que Biden debió haber renunciado a su postulación dos meses antes. O que nunca debió haberla propuesto.
La demostración de que “la grieta” llegó profunda a los Estados Unidos es la campaña electoral que mantendrá en vilo al mundo durante los próximos tres meses. Porque al partido Demócrata y a Harris (que aún no eligió a su acompañante en la fórmula) se le oponen Donald Trump y el sector más ultra del partido Republicano, el MAGA (Make America Great Again).
Así, mientras Biden le dio su respaldo al futuro de los Estados Unidos (que en los próximos años espera un crecimiento fuerte de la población negra, pero sobre todo de la latina y la asiática), Trump eligió como compañero de fórmula al “pasado blanco conservador”, el senador por Ohio, James David “JD” Vance (foto junto a Trump).
Vance (vean la película “Hillbilly. Una elegía rural”, basada en su autobiografía) es la extrema derecha blanca: a voz en cuello, hace unos días, la llamó “una señora de los gatos sin hijos” y puso en duda el amor de la vicepresidenta por los Estados Unidos por el hecho de no ser madre.
Un discurso que, palabras más, palabras menos, remitió a la política del Reich alemán que empujaba a las mujeres a darle la mayor cantidad posible de hijos a la patria.
Trump, que tiene varios problemas legales a raíz de su relación con las mujeres, prefirió mandar a Vance a golpear a Harris: cualquier impronta de él sólo hubiera aumentado las chances de la vicepresidenta.
Harris promete convertirse en un fenómeno virtual. Desde su lanzamiento logró recaudar 200 millones de dólares. Es la figura mimada de la progresía estadounidense encarnada en las figuras de la televisión y el cine que se manifiesta en ambas costas del país.
Pero, entre Nueva York y California hay un continente entero, poblado de lo más rancio que sigue defendiendo el “american way of life”. Todo esto, en un sistema democrático al que se accede después de “registrarse”” como votante y con una elección indirecta por Colegio Electoral.
Tal vez, sí hay un punto más en común entre la ficción de Veep y la situación de la candidata demócrata. En uno de los últimos capítulos de la serie, y ya lanzada a la elección, el personaje de Louis-Dreyfus analiza un discurso que debe dar minutos después en un caucus y pregunta: “¿en serio que quiero ser la presidenta de todos los americanos? ¿De todos, todos?”.