Mientras los números de la inflación parecen despegar como un cohete, el ministro de Economía, Martín Guzmán, plantea la necesidad de que para poder cortar con la inercia de los precios es necesario que todo el espacio político del oficialismo, y también la oposición, se encolumne detrás de lo que califica como «programa económico», lo que no es otra cosa que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En el mercado sostienen que las expresiones del titular del Palacio de Hacienda parecen más expresiones de voluntarismo. Es imposible que las fuerzas políticas vayan detrás de un gobierno que parece destinado al fracaso. Nadie se quiere subir a un barco que se hunde. Revertir esa sensación es un requisito previo que deben cumplir el presidente Alberto Fernández, generando el ambiente político propicio. Y Guzmán, adoptando las medidas necesarias.

«La perspectiva del ministro Guzmán sobre la necesidad de cohesión política y social acerca del programa macroeconómico que lleva a cabo con el FMI es correcta», afirmó en un informe el economista Martín Calveira, investigador del IAE, la escuela de negocios de la Universidad Austral.

Calveira señala que «no hay evidencia de éxito de gestión sin que todos los componentes converjan en los principales lineamientos» y sostiene que «desde los planes de estabilización en América Latina durante la década de 1990 hasta las estrategias de desarrollo del sudeste de Asia en los ´60 y ´80, todos necesitaron cohesión social».

No obstante, empresarios consultados por Nuevas Palabras sostienen al respecto que el problema que plantea el gobierno es la total falta de credibilidad en el programa del FMI.

Entre los hombres de negocios desconfían del propio organismo que habiendo avalado un programa basado en las imposibilidades políticas del Gobierno para llevar a cabo medidas más profundas, con un sentido pro mercado, apenas aprobado el acuerdo sostiene que va a ser necesario revisarlo, anticipando el propio fracaso de lo que Directorio termina por aprobar. ¿Por qué la sociedad argentina debería creer en un programa que no lo creen ni los propios que lo han diseñado?».

Uno de los presidentes de las entidades del Grupo de los Seis, que no participa de los encuentros tripartitos organizados por Martín Guzmán y Matías Kulfas, sostiene que no están desesperados por ser convocados, aunque sostiene que de ser llamados, plantearán su posición. «Acá todos sabemos lo que tienen que hacer», señaló.

Hasta aquí es claro que todos los empresarios que se sientan en las convocatorias del gobierno, lo hacen para evitar empeorar la situación, pero no porque sus propuestas despierten entusiasmo.

Al respecto, Calveira sostiene que «no es un punto a favor sino un factor de deterioro que el espacio político de gobierno presente tensiones y desalineamientos sobre temas de gestión económica, más aún en una fase inflacionaria que parece no tener indicios de reversión, al menos en el corto plazo».

Por otro lado, señala que «los programas para gestionar inflaciones de mediana intensidad deben contener elementos heterodoxos como una política de ingresos sobre los sectores que destinan sus ingresos mayoritariamente a la canasta alimentaria y, a su vez, administración de algunos precios determinantes de la economía como el tipo de cambio».

«A esto es esperable que se acompañe elementos de ortodoxia como una política monetaria contractiva que ajuste sincrónicamente el mercado monetario y un ajuste de las cuentas fiscales», dice el economista de la Universidad Austral.

Cambios de figuritas

Frente a ello, Alberto Fernández necesita dar señales de afirmación de su propia autoridad política que contrarreste la embestidao del kirchnerismo. Se espera que durante lo que resta de la Semana Santa el primer mandatario se reúna con sus colaboradores más íntimos para analizar posibles cambios de gabinete. Aún así, las demostración puede quedar corta.

Los trascendidos indican que movería al secretario de Comercio, Roberto Feletti, al secretario de Energía, Darío Martínez, y a su subsecretario Federico Basualdo. No se trata de despidos a nivel ministerial, sino de segundas líneas.

Mientras un espacio del «albertismo» pugna por sacarse de encima al kirchnerismo, otros suponen que hay que obrar con mayor prudencia. El hecho de sacarse el lastre kirchnerista de encima no significa que inmediatamente consigan apoyos dentro del PJ o incluso entre moderados de la oposición. Lo más probable es que se asista a un gobierno vaciado de poder de manera absoluta.

El escenario ideal para el kirchnerismo es lograr que el «albertismo» los eche del gobierno, que este termine empeorando la situación para quedar a salvo de las responsabilidades de la tragedia. El argumento sería que quisieron que cambiar la orientación del gobierno, que fueron echados y que el fracaso se debe a eso. Ellos no tendrían responsabilidad de cara al relato para los libros de historia.

Desde el otro lado, Alberto no quiere pasar a la historia como el primer presidente de un gobierno peronista yéndose del poder en medio de una tragedia social y económica, aislado por todos los de propia fuerza. A un gobierno que marcha hacia el barranco nadie quiere sumarse. De ahí viene su prudencia. No vaya a ser que por escuchar las voces que lo animar a ir al frente de batalla cuando se de vuelta no haya nadie atrás y terminen todos acordando con la vicepresidenta.