BUENOS AIRES, JUN 16 (ANP).- A esta historia típicamente argenta no le falta nada: un desconocido (que resultó ser un ex alto funcionario), un convento (que, en realidad, no era un convento), una monja (que tampoco era monja), varios bolsos de alimentos (que no tenían comida pero sí con qué comprarla), y una ametralladora apoyada en el piso al descuido, como si fuera la bolsa de los mandados.
Todo ese insólito cuadro, captado por una cámara de seguridad en la fría madrugada del 16 de junio de 2016, conforman uno de los escándalos de corrupción más indignantes, ridículos, sorprendentes y -admitámoslo- entretenidos de la ajetreada política de este peregrino país.
Hace cinco años, el exsecretario de Obras Públicas de Cristina Kirchner, José López, protagonizaba esta bizarra filmación que pocas horas después iba a monopolizar los noticieros y webs de noticias. En ella, se veía a López llegando a las 3 de la madrugada al convento de las Monjas Orantes y Penitentes Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en la localidad de General Rodríguez, y apoyar cuidadosamente a un costado un fusil ametralladora calibre 22, para dedicarse a tocar el timbre con insistencia hasta que por fin se vio asomar a una respetable monjita.
La venerable señora abrió la reja, señal de que conocía bien al visitante madrugador, y de inmediato se puso a la tarea de ayudar a entrar unos bultos visiblemente pesados, sin asustarse para nada del arma que había a escasos centímetros. Entre los dos completaron el operativo “entremos los bolsitos que hace frío” y López de retiró del lugar.
La detención se produjo a los pocos minutos, en el trayecto de regreso suponemos que a su casa, luego de que un vecino alarmado por los raros movimientos alertara a la Policía. El exsecretario no pudo alegar nada en su defensa: además del mencionado fusil, llevaba en el auto otros bolsos con dólares.
La noticia de la detención estalló como una bomba. La ciudadanía vio una y otra vez el video en el que López y la monjita entraban el cargamento, y se escandalizó al saber que se trataba de un convento. Peor fue cuando se supo que el supuesto monasterio no tenía autorización para funcionar como tal y que, en buen criollo, estaba más cerca de ser un aguantadero que la casa de Dios.
Después de un largo ostracismo y varios problemas emocionales estando preso, López explicó que el dinero no le pertenecía sino que era “dinero de la política”, seguramente del entorno de Cristina Kirchner, ya que se lo había entregado horas antes el exsecretario de la expresidenta, Fabián Gutiérrez (el mismo que hace un año apareció torturado y asesinado en su casa de El Calafate). López no pudo probar lo que decía y fue a dar con todos sus huesos a la cárcel, condenado a siete años y medio por enriquecimiento ilícito.
Mientras tanto, las monjas del lugar (que al final eran sólo “religiosas”, o sea, vecinas disfrazadas) fueron absueltas sin que fuera necesario que dieran grandes explicaciones. Una porque estaba sorda, la otra por viejecita y tullida, otra porque no sabía que López era funcionario y no se le ocurrió desconfiar porque siempre traía scones para convidar. Todas fueron consideradas inocentes.
La “hermana” Inés, la que en definitiva aparecía como co-estrella en el video entrando los bolsos, aseguró haber creído que en ellos tan solo había alimentos, ya que López planeaba quedarse en el convento una temporada. Por qué iba a quedarse a vivir allí unas semanas y haciendo qué, nunca se explicó. Sor Inés tampoco dijo por qué no le sorprendió ver un arma en el piso y, a estas alturas, dudamos de que alguien se lo haya preguntado.
Junto con López, también fueron procesados su esposa y dos testaferros, quienes fueron condenados a penas de menos de tres años por haber ayudado a esconder aquella fortuna de procedencia incierta. El dinero incautado ascendía exactamente a US$ 8.982.047, EU 153.010, y $ 159.114. Esa suculenta suma, más el producto de dos relojes Rolex, fueron destinados a equipamiento para los hospitales Garraham y Gutiérrez.
Cristina Kirchner no se refirió al tema hasta dos años más tarde, cuando dijo en un reportaje que al enterarse sintió odio al ver a López en esa escena “brutal, grotesca”. Todos los exfuncionarios kirchneristas soltaron la mano del caído en desgracia.
A López le costó adaptarse a la vida en prisión y trascendieron varios episodios de crisis nerviosas y malestares que sufrió en el encierro. Pronto aceptó ser un testigo “arrepentido” y se supone que quedó mejor parado en la causa de los cuadernos de las coimas, en la que se investigaron supuestos sobornos en obras públicas, que también lo tiene entre los implicados.
Este año, cuando todavía luchamos contra la pandemia, obtuvo la libertad condicional aunque antes tuvo que pagar una fianza millonaria. Pero ese no fue un problema. Quien anda sin miedo dejando bolsitos de dólares en los lugares más solitarios del vasto Gran Buenos Aires seguramente tiene muchos tarritos con ahorros guardados para emergencias, como aquella que López vivió esa memorable madrugada de hace cinco años.