BUENOS AIRES, (ANP).- La caída del régimen de la familia Assad en Siria dejó interrogantes, un país devastado y el resurgir del deseo de las potencias de manejar el futuro de los sirios, como en las peores épocas de principios del siglo XX.
La buena noticia para los habitantes del castigado país de oriente medio es que la guerra civil que comenzó en 2011 se dio por terminada, al menos nominalmente, con la huída del “carnicero de Damasco”, Bashar al Assad, y su familia a Moscú.
La caída del régimen de la familia Assad, tras cincuenta años de férreo control sobre la vida de los sirios, sorprendió por su rapidez.
Las heridas abiertas se perciben en Moscú, Irán y las milicias del Hezbollah. La situación del gigante europeo es interesante por donde se la mire: no pudo sostener al régimen de Asad ni siquiera con la ayuda de sus aliados iraníes. En pocos días, la mayoría de las armas y las tropas rusas abandonaron el país. El proceso que se abre deja más interrogantes aún sobre qué ocurrirá en Ucrania.
Más allá de la situación actual, Rusia demostró ser un débil patrocinador de países que van en búsqueda de su ayuda. Sino, pregunten qué pasó en Afganistan durante los años 80 y cómo la débil resistencia ruso afgana parió a los talibanes.
El pasado persigue al régimen de Moscú por Asia y ahora, una célula de ISIS (muchos dicen que de carácter moderado) se los llevó puestos en Siria.
Tras la caída de Assad, y a sabiendas de lo que significó para Rusia, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, le reclamó un alto el fuego a Putin en Ucrania. Naciones Unidas, a través de sus redes sociales, posteó este lunes un mensaje que dice: “El futuro de Siria debe estar en manos de los sirios”.
El mundo está pensando en otra cosa.
La guerra civil siria, desencadenada por la primavera árabe de 2011, comenzó como protesta contra la dictadura de Bashar al-Assad, quien asumió el poder después de que su padre, Hafez Assad, muriera en 2000. Conocido como «el carnicero de Damasco», Bashar mató y encarceló a miles de opositores políticos y poblaciones minoritarias con el apoyo de Rusia, Irán y Hezbolá. El conflicto mató a más de 500.000 sirios y desplazó a la mitad de la población del país, que asciende a 26 millones de personas, provocando un éxodo de refugiados hacia la vecina Turquía, así como hacia Europa, los Estados Unidos y Canadá.
En las últimas dos semanas, los insurgentes tomaron el control de las principales ciudades sirias, incluyendo Alepo, Homs, Hama y la capital, Damasco, y oficialmente derrocaron al régimen de Assad el sábado.
La principal fuerza rebelde, Hayat Tahrir al-Sham, o HTS, está dirigida por Abu Mohammed al-Golani, un ex militante de al-Qaida que en la última década transformó de radical yihadista a pragmático multicultural. Sin embargo, HTS sigue estando en la lista de “Grupos Terroristas” de muchos países, incluidos los Estados Unidos.
El colapso del régimen de Assad le da un duro golpe al «Eje de la Resistencia» iraní, cortando un conducto crucial para las armas a Hezbolá en el Líbano y disminuyendo la influencia de Teherán en la región. Esto lo hace más vulnerable a cualquier conflicto directo con Israel.
De hecho, uno de los primeros en manifestarse sobre el asunto fue el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu que había contribuido con los muchachos de HTS. “La caída de Assad fue fruto de la acción enérgica de Israel contra Hezbollah e Irán”, dijo el sábado.
De paso, Tel Aviv desplegó fuerzas especiales en las Alturas del Golán (ganadas a Siria en los años ‘70) para proteger su frontera.
Turquía también apoyó a las fuerzas rebeldes durante la guerra de 13 años en Siria como parte de su rivalidad geopolítica con Irán, y el resultado se ve como una victoria para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Las celebraciones estallaron entre los sirios en Turquía por la caída de Assad y se estima que hasta el 50% de los refugiados pueden optar por regresar.
Mientras tanto, los Estados Unidos mantienen a 900 soldados en el este de Siria luchando contra el restablecimiento del Estado Islámico y permanecerán allí para asegurar la derrota de los milicianos.
La primavera árabe que comenzó en Siria hace trece años está dando sus primeras flores. Se verá quién las recoge.