BUENOS AIRES (ANP).- Siempre fue y será fácil reivindicar a Diego Maradona, también hasta necesario. Pero la realidad marca que para los que nacimos en los 90´ y para adelante, Maradona será por siempre un mito que podemos ver a partir de las anécdotas de nuestros padres y abuelos, pero jamás vamos a poder contarlo de primera mano.

Así, Lionel Messi, nuestro ídolo contemporáneo, no podía ser un mero reflejo de lo que fue el de nuestros viejos. Este tenía que ser nuestro.

El contexto en el que se dio el ascenso de Messi coincidió con el auge del internet y la exportación aún mayor de culturas mainstream. Estas alimentadas por tendencias que variaban año a año pero tenía una cualidad en común: parecían formar diferencias entre individuos pero terminaban homogeneizando personalidades a gran escala en cálculos casi algorítmicos.

En este periodo, Argentina pasó por un proceso poco agradable que aumentó nuestra presencia en el extranjero: una de las peores crisis de nuestra historia. Con idas y vueltas, con diferencia en el contexto de cada uno, se hizo siempre presente la frase de la derrota: ”la salida es Ezeiza”.

Hijo de ese contexto también fue nuestro ídolo. Messi fue en sus comienzos un pibe que se sabía iba a ser el mejor del mundo, pero se tuvo que ir a España porque este país no te iba a ayudar. Uno más del exilio, que por ahí marca una distancia de la media, que provocó el estallido del 2001.

Ese exilio también se vio reflejado en los espectadores del fútbol. Desde ese día se hicieron cada vez más comunes los hinchas de clubes ingleses o españoles. Y así conocimos al próximo ídolo de los catalanes, por el que ya empezábamos a reclamar.

Apurados para que no nos lo roben los españoles, lo bautizamos y hasta Diego le dio su aval para que lo consideren su heredero. Mi primera camiseta estampada, como la de muchos, fue ese número 18 con la que debutó en la Selección.

Luego, con la del número 19, jugó el Mundial 2006 (foto). Esa Copa del Mundo como las Copas Américas tuvieron el mismo final. Y generaron otra grieta: los que lo defendíamos a capa y los que aprovechaban para pegarle.

Tras la eliminación en el mundial de Rusia 2018, apareció un Messi curtido, contestatario y líder. Un hombre que: en silencio se bancó las críticas despiadadas, a las que en un gesto de grandeza no les mostró un mínimo de rencor; hizo oídos sordos hasta con la preocupación de sus seres queridos; se le plantó al poder y maquilló las enormes faltas de los dirigentes (luego del famoso 38 a 38 en la AFA); y sirvió como bandera para una nueva generación surgida en Argentina pero criada futbolísticamente en Europa.

Fue un líder ideal para ese grupo que hoy celebramos todos pero que tuvo un inicio que muchos deciden olvidar. “La Scaloneta” fue bastardeada por muchos. Pocos le dieron tiempo a su desarrollo y aún así cumplió.

Después de un triunfo de desahogo en Brasil durante uno de los peores años de la humanidad, llegó Qatar. La fiesta fue tan anticipada que nos permitió organizarnos para vivirla todos juntos.

Ese mes, no se habló de “-ismos”. También se perdió todo tipo de respeto por los europeos, estadounidenses y cualquier otra nación que nos atacó. Nos unimos con fuerza a la crítica por “no tener jugadores negros” y creamos la frase “el argentino nace donde se le canta las pelotas“.

Un equipo que jugaba a “La Nuestra” y se divertía. Enamoró a propios y extraños. Y hasta se animó a la épica, como para que nada le quita méritos a la epopeya. Como el Dream Team en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, expusimos y exportamos con orgullo la argentinidad.

La unión de ese grupo fue perfectamente imitada por el resto de los nuestros en diciembre de 2022. Éramos todos parte del mismo barco y así nos gustaba. No había necesidad de generar distancia, teníamos ganas de acortarlas.

Toda aquella épica guiada por un ídolo que hace más de 20 años que no vive acá pero, casi en señal de protesta, sigue hablando el mismo rosarino con el que se fue. Un faro para crear más argentinidad en un mundo cada vez más globalizado.

Por NP