BUENOS AIRES (ANP).- Bien lo dice esa máxima tan difundida en los últimos años, que si uno mira a la Argentina de hace un mes quedará pasmado al comprobar todo lo que pasó en tan breve lapso, pero que si se retrotrae una década la sorpresa será mucho peor porque verá que absolutamente nada ha cambiado.
Uno de los muchos ejemplos de esta sabia reflexión es justamente el cepo cambiario, ese monstruo voraz con el que ya nos enfrentamos hace diez años, que vimos volver remixado en 2019 cuando lo creíamos muerto y enterrado, y que supo instalarse con más fuerza que nunca a partir de la pandemia.
En la foto del país de mediados de 2012, las restricciones oficiales para adquirir dólares eran el tema dominante, lo que pone en evidencia que los inconvenientes del país para acumular divisas seguirán presentes por largo tiempo, seguramente para convertirse en una de esos problemas estructurales que cargarán muchas generaciones de argentinos.
En aquellos días, el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, era el que ponía la cara de póker necesaria para reclamar a los ciudadanos que fueran un poquito patriotas y que veranearan en el interior para así cuidar los escasos billetes verdes con los que contaba el Estado, aunque era de público conocimiento que él era el feliz poseedor de una casa de veraneo en Punta del Este.
Para cuando comenzó septiembre de 2012, era un hecho consumado el recargo de 15% para las compras en el exterior con tarjetas de crédito, pero las penas estaban lejos de terminar: ese mes arrancó con la noticia de que la restricción también alcanzaba al débito y a las operaciones por internet.
No tardaron en surgir las advertencias de los expertos acerca de las dificultades en puerta para que los usuarios pudieran recuperar ese porcentaje de recargo, pero eso no detuvo al equipo económico entonces liderado por Amado Boudou, quien redobló la apuesta anunciando que la AFIP cruzaría datos de los resúmenes de tarjetas con la declaración que presentaran en la Aduana los turistas argentinos a su regreso del extranjero. Era una persecución abierta a la clase media “pituca”, a la que el oficialismo consideraba la principal culpable de todas las distorsiones macro que agobiaban al país.
Como era previsible, la poco amistosa medida desató el enojo popular porque no hay que olvidar que por aquel entonces la inflación ya empezaba a golpear a todos y la compra de dólares era la única forma accesible para proteger el salario o para concretar un viaje al exterior.
La presidenta Cristina Kirchner aprovechó su paso por los festejos del Día de la Industria para defender su antipática política cambiaria por cadena nacional, mientras los cacerolazos se multiplicaban en la zona norte de la Ciudad. Sin embargo, la respuesta a la indignación de la gente fue peor: la AFIP admitió que estaba analizando extender el recargo a la compra de paquetes turísticos.
Después de recordar aquel cuadro de situación de 2012, y viendo que no era sino un precedente de la actual crisis de reservas que atraviesa el BCRA, es de suponer que pasará mucho tiempo antes de que el cepo cambiario deje de marcar nuestras vidas. Imaginar que el país logra captar inversiones y divisas del exterior para prescindir de él supondría un giro en la ideológica de este país tan radical como improbable.
Hasta Mauricio Macri, que más de una vez se declaró enemigo acérrimo del odioso cepo, tuvo que echar mano de él en el último tramo de su mandato y aunque la oposición lo defenestró por hacerlo, el nuevo Gobierno de Alberto Fernández no tuvo prurito en continuarlo y perfeccionarlo ni bien asumió el poder.
Un muy interesante artículo publicado por iProfesional hace un repaso por la evolución que ha tenido el cepo en Argentina, dando como resultado tantas variantes como funcionarios ingeniosos vio nacer este sufrido país: el cepo viajero, el puerta a puerta, el cepo cripto y el cepo free shop son algunos ejemplos de la creatividad de la que nuestros Gobiernos son capaces en cuanto a trabas cambiarias se refiere, y que permiten concluir en que en Argentina hay cepo para rato.