Los datos de inflación de junio quebraron lo que el Gobierno confiaba en que era una tendencia y en realidad solamente fue un fenómeno circunstancial: la baja del índice del 6,7% de marzo al 6% en abril y al 5,1% en mayo no se pudo sostener y el mes pasado cerró dos décimas arriba del mes anterior.
Pero el dato de junio puede empalidecer en comparación con lo que la mayoría de los analistas económicos prevén para julio, un mes que comenzó con la renuncia de Martín Guzmán y una ministra Silvina Batakis que debe lidiar con la necesidad de acelerar el ajuste fiscal y la de responder a los diferentes grupos que son la base de sustentación del Frente de Todos.
El mes arrancó con un aumento del 20% en las tarifas de agua corriente, un 11,3% en las cuotas de los planes de medicina prepaga y de un 15% en la de los colegios privados, además de la posibilidad de aplicar en el corto plazo un 40% en las tarifas del autotransporte de pasajeros del AMBA, congeladas hace más de tres años.
Si esos factores ya representaban por sí solos un impulso a la inflación, la crisis que desató el recambio ministerial le agregó más motivos que, por su impacto, podrían extenderse para varios meses. Parece lejana la cotización de $239 del dólar blue del viernes 1º de julio, último día hábil de la gestión de Guzmán. Los 289 pesos de hoy marcan un aumento del 20,9% en tan solo trece días y su traslado a precios recién está comenzando. amén de los inconvenientes que ya se reflejan en las dificultades de abastecimiento de varios productos de primera necesidad.
El 36,2% del primer semestre deja una inflación anualizada del 85,5%, suficiente para ser la marca más alta de los últimos 32 años. Hay que remontarse a la hiperinflación de 1989 y 1990 para encontrar porcentajes superiores.
Las proyecciones de un 7% de inflación que algunos manejan para julio (debe aclararse que esos pronósticos son de días en los que el dólar blue oscilaba los 275 pesos) agregan la preocupación de un índice que a fin de año puede llegar a los tres dígitos, una posibilidad que cada vez es menos remota.
Para comprobar lo cerca que estamos de esa triste meta, baste saber que con un promedio mensual en el segundo semestre del 6,7% (igual a la inflación de marzo), la inflación de 2022 llegaría al 101% y que con una décima menos se ubicaría en el 99,8%.
Cuando restan los aumentos en las tarifas de colectivos y, por lo menos, un segundo ajuste en las de AySA, y en medio de la incertidumbre sobre una cotización del dólar que las medidas oficiales no hacen más que fogonear, el fantasma de los tres dígitos ronda los despachos del Ministerio de Economía y del Banco Central. Y de todos los hogares argentinos.