BUENOS AIRES (ANP).- Un viejo chiste que los nacidos hace décadas recordarán decía que alguien corrió a contarle al presidente Juan Domingo Perón que se había suicidado su cuñado, Juan Duarte, y que el General respondió con una sorpresa tan cínica como inocente: “¿¡Cómo!? ¿Ya son las 10?”.
Es que más allá de lo que haya quedado escrito en los registros policiales de 1953, para la cinematografía, para muchos historiadores y para la memoria colectiva argentina, quien había puesto fecha y hora para el final del alocado y ya indeseable hermano de Evita no era otro que el propio Perón, llevado por las urgencias de un entramado político que cada tanto echaba mano de sus propias filas para encontrar un chivo expiatorio que arrojar a la cara de los opositores.
Para muchos, eso había sido Duarte, un jugador sacrificable al cual cargarle los negociados del poder peronista, aunque también es cierto que por aquellos días al hermano de Eva no le faltaban motivos para evaluar el suicidio. Los escándalos de corrupción en los que él mismo se había enredado lo tenían cercado, había presentado su renuncia como secretario privado de Perón, y ya no tenía apoyo político. Él, que había sido una ficha influyente como pocas, ahora era un paria dentro del peronismo.
Sin embargo, también hay indicios que apoyan la teoría del complot. No todos los testigos que hablaron años después vieron la famosa carta suicida que la policía halló y que publicaron los medios, cuya autenticidad no tardó en ser puesta en duda. También se sumó el hecho de que el juez a cargo no quiso ordenar una autopsia ni hacer tampoco los interrogatorios de rutina. Para cuando llegó el mediodía de aquel 9 de abril de 1953, apenas unas horas después de hallar el cuerpo, la investigación ya estaba cerrada en un caso inédito de celeridad judicial.
Vida rápida, muerte oscura
Apodado “Juancito” por todos, Juan Duarte había nacido en 1914 en el pueblo de Los Toldos, que cinco años después vería nacer a su hermanita Eva, la futura esposa de Perón y abanderada de los humildes.
Cuando su hermana se casó y se ubicó en lo más alto del poder político, Juancito no se quedó atrás y pronto se convirtió en el secretario privado de su cuñado, aunque su debilidad por las mujeres bellas y las fiestas lo llevaron también a incursionar como empresario cinematográfico, llegando a hacerse del 25% de las acciones de Argentina Sono Film, que produjo incontables éxitos del viejo cine nacional.
Se dice que actrices como Elina Colomer y Fanny Navarro pasaron por su cama, al igual que muchas otras estrellas y aspirantes a estrellas que lo consideraban el soltero más codiciado de la noche porteña. Su abultada fortuna levantaba demasiadas sospechas ya que era mucha como para provenir solamente de un buen sueldo de funcionario, y se comentaba que en realidad estaba cimentada en coimas y hasta en negocios con criminales nazis que en aquella época buscaban refugio e impunidad.
A Juancito todo le sonreía, pero la felicidad termina para todos y para él se agotó en 1952 cuando murió su hermana Eva, una pérdida que lo dejó emocionalmente devastado y políticamente desamparado. Sin la protección incondicional de ella, el reloj empezó a correr en su contra hasta que llegó aquel discurso en el que Perón dijo: “aunque sea mi propio padre, irá preso, porque robar al pueblo es traicionar a la Patria”.
Perón no había nombrado a su cuñado en su alocución, pero nadie en ese entonces creyó que hiciera falta. Horas después de esas reveladoras palabras, Juancito apareció muerto de un disparo en la cabeza y aunque la explicación oficial fue suicidio, miembros de la oposición salieron a denunciar un asesinato orquestado desde el mismo gobierno.
Una de las voces más inquietantes acerca de esta muerte fue la de Juana Ibarguren, madre de los hermanos Duarte, quien no dudó en gritar en medio del funeral de Juancito que le habían matado a otro de sus hijos.
Pasarían dos años hasta que alguien tomara en cuenta las palabras de doña Juana y el nuevo gobierno de la Revolución Libertadora formara una comisión para investigar los excesos cometidos por el peronismo, entre ellos, la dudosa muerte de Juan Duarte.
Más de 60 testimonios fueron recabados en aquella época, muchos de los cuales abonaron la idea de que Duarte había sido llevado ya inerte a su departamento, donde finalmente sería encontrado su cuerpo, mientras que otros parecían convencidos de que se había tratado de suicidio.
La comisión investigadora llegó al límite de exhumar el cuerpo de Duarte y cercenar la cabeza para mostrársela a quien quisiera ir a verla al despacho de uno de los jefes de los grupos parapoliciales antiperonistas, a fin de que todos comprobaran por sí mismos que el cuñado de Perón había sido ultimado de un balazo.
En este punto, suena coherente otra de las teorías, que apuntó a que muchos testimonios obtenidos por la comisión habían sido forzados para enlodar al peronismo. Finalmente, en 1958 y bajo la presidencia de Frondizi, la ley dictaminó que la carta suicida era auténtica y cerró definitivamente el caso.
A pesar de las muchas teorías y declaraciones, al presente no hay unanimidad acerca de cómo fue que Juan Duarte encontró su fin. Pero el viejo chiste sobre la hora de esta extraña muerte dejó plasmado el pensamiento de la calle.
Un mito peronista
Quizás la obra más difundida basada en el caso de la muerte de Juan Duarte haya sido la película de Héctor Olivera, “¡Ay, Juancito!” (2004), que retrató al hermano de Evita (interpretado por Adrián Navarro) como un cachafaz irrecuperable, mujeriego, aprovechador y burdo a la vez, que ofrecía una pintura costumbrista capaz de resumir el espíritu del peronismo. Un político menor y ventajero que aprovechó sus cinco minutos de fama mientras caminaba irresponsablemente hacia un abismo.
En 2013 se estrenó otra cinta, “Carta a Eva”, de Agustín Villaronga, donde el papel de Juancito era interpretado por Juanma Muniagurria, aunque no fue el eje de la trama.
La vida y muerte de Juan Duarte fue varias veces objeto de atención de la literatura. En “Prontuario de un perdedor”, Eloy Rébora se inspiró en su figura para componer al personaje protagónico, mientras que los autores Jorge Camarasa y Catalina De Elía recorren los últimos pasos del hermano de Evita en “La última noche de Juan Duarte” y en “Maten a Juan Duarte”.
Su enigmático fin también se aborda en “Mejor muertos”, de Gisela Marziotta y Mariano Hamilton, un libro acerca de los casos más resonantes de asesinatos, suicidios y “accidentes” de la historia política del país. En él, Duarte comparte un capítulo con Alberto Nisman, Alfredo Yabrán y Leandro Alem, este último, quizás el único suicidio que no es materia de disenso.
Más allá de quien disparó el arma que lo mató, no hay duda de que Juan Duarte vivió según la mística peronista, se movió a sus anchas en su doctrina visceral y extrema, y murió con un final acorde a su folklore de excesos y misterios nunca resueltos.