BUENOS AIRES (ANP).- Aunque los argentinos hemos tenido que soportar grandes estafas perpetradas por la casta política muchas veces, seguramente ninguna se recuerda con tanta amargura como la “pesificación asimétrica”, aquella elegante denominación para la licuación de deudas en dólares y el saqueo a los ahorros en la misma moneda que se dio en la crisis de 2001.
Para los jóvenes que no lo recuerdan, la pesificación asimétrica fue una maniobra que se cobró el porvenir y la salud de miles de ciudadanos allá por los albores del año 2002, y que dio por tierra con la ridícula promesa que había hecho el presidente Eduardo Duhalde ni bien asumió, cuando aseguró que el que había depositado dólares, recibiría dólares.
El país venía de los peores días de su historia reciente, todo sucedido en un mes, el tristemente célebre diciembre de 2001. El descontento que comenzó con las restricciones para retirar dinero de los cajeros (corralito) y que empeoró con el congelamiento de los depósitos (corralón), pronto se volvió caos con la salida del presidente Fernando de la Rúa, los saqueos de comercios y el recambio de varios presidentes en una semana.
Ya en enero de 2002 y con Duhalde instalado en el sillón presidencial, el gran debate era cuándo y cómo poner fin a la convertibilidad que durante una década había fijado una paridad de 1 a 1 entre el peso y el dólar. Había que pensar cuidadosamente qué precio ponerle a la divisa para que no enloquecieran los mercados y volara todo por el aire.
Después de varias jornadas de incertidumbre, el 31 de enero se anunció que todas las deudas mayores a US$ 100.000 se iban a reconocer a una paridad de $ 1,20 peso por dólar, mientras que los depósitos que habían quedado atrapados en el corralito iban a quedar en $ 1,40. Algo ya olía mal y muchas presagiaban que iba a ser peor.
Sobra decir que la noticia lanzó a una multitud al microcentro porteño con el afán de comprar dólares. En el Banco Nación, cuando iba siendo la hora de cerrar las puertas al público, entendieron bien lo que se venía: un gentío enloquecido impidió a los guardias que trabaran las puertas e ingresó a la entidad sin que pudieran detenerlos. Tuvieron que atenderlos, porque era claro que nadie estaba dispuesto a retirarse sin comprar su billete verde.
La inevitable fiebre por el dólar que se desató obligó al BCRA a decretar un feriado cambiario de 48 horas, mientras se acercaba la peor noticia para los ahorristas: el 3 de febrero de 2002, el ministro de Economía Jorge Remes Lenicov anunció que se pesificaban 1 a 1 todas las deudas en dólares mientras que los depósitos en esa moneda quedaban atados al odioso $ 1,40, y que el mercado cambiario volvería a ser libre.
Lejos de ir por una salida programada y gradual de la convertibilidad, el gobierno de Duhalde optó por licuar el dinero de la gente en forma escandalosa y sin apelación posible, desencadenando el pánico y dando pie a subas en los precios de los alimentos, en especial la carne vacuna, el pollo y el pan.
El día D para liberar la divisa estadounidense fue el 11 de febrero, cuando el dólar volvió a cotizar y a hacer estragos. Esa vez, aunque una multitud se lanzó a los bancos a conseguir los preciados billetes, la cantidad operada fue reducida porque los grandes operadores y el BCRA se mantuvieron expectantes. La cotización se ubicó en $ 2,10 pesos por dólar. Mirando el precio del blue hoy, se confirma aquello de que todo tiempo pasado fue mejor.
Así fue que Duhalde dejó atrás aquella promesa de la que años después se arrepintió públicamente. “A los afectados por el corralito, les digo que el Estado no permitirá que sean víctimas del sistema financiero. Van a ser respetadas las monedas en que hicieron sus depósitos, es decir que el que depositó dólares recibirá dólares, y el que depositó pesos recibirá pesos”. Aquella absurda afirmación seguramente perseguirá a Duhalde hasta el fin de sus días, y más allá también.
Veinte años no es nada
Después de dos décadas, los convulsionados días de la pesificación siguen frescos en la memoria, agitando los temores de los ciudadanos comunes cada vez que el país enfrenta problemas cambiarios. Pero no es el caso de los que están del otro lado, los hacedores de políticas que siempre saldrán bien parados. A los protagonistas de la pesificación sin duda les fue mejor que al resto.
Duhalde siguió en el ruedo político mucho tiempo marcando agenda (y todavía puede hacerlo), mientras que a Remes Lenicov no le costó nada ubicarse. En junio de ese mismo año ya era embajador ante la Unión Europea, cargo en el que permaneció casi diez años. Luego pasó a la actividad académica, como si la pesificación hubiera sido un mal sueño, o un error de juventud.
En una entrevista reciente concedida a Infobae, el exministro aseguró que la devaluación era la única salida posible en aquellos días porque el plan económico diseñado por Domingo Cavallo estaba agotado, y el país necesitaba recuperar competitividad para salir de la profunda crisis en la que estaba.
Lapidario al respecto, el exministro Cavallo, padre de la convertibilidad, dijo al mismo medio que Duhalde solo había sido el “idiota útil” de José Ignacio De Mendiguren y de los empresarios que mantenían grandes deudas en dólares hacia 2001.
En ese entonces, De Mendiguren era titular de la Unión Industrial Argentina y se había hecho del cargo de ministro de Producción al asumir Duhalde. Desde ese lugar privilegiado habría impulsado la licuación de las deudas corporativas, según Cavallo. Es que cada horrible aniversario de la pesificación motiva a los medios a sacar notas nostálgicas, sacando a su vez a relucir viejos trapitos que estaban escondidos.
Y hablando de De Mendiguren, mejor no le pudo ir. Lejos de arrepentirse de la pesificación, siguió su derrotero con muy buena estrella, ocupando hoy el cargo de presidente del BICE. Hace poco tiempo, se insultó largo y tendido con Cavallo en el programa A dos voces. Ambos terminaron a los gritos, calificándose de “animal” y otras linduras.
Mientras Cavallo insistía en que la pesificación había sido una “aberración”, De Mendiguren lo acusaba de “mentiroso” y de estar “mal de la cabeza”. Los dos, seguramente, tenían razón.
Desde aquellos días, muchas han sido las veces en que se cruzaron los protagonistas de la pesificación porque cada aniversario reabre las heridas, y es de esperar que cada vez se renueven las viejas acusaciones. Finalmente, parece claro que por más años que pasen, los protagonistas de esta catástrofe seguirán sin admitir la cuota de culpa que les cabe por la tragedia que provocaron en la vida de miles de argentinos.